Día 8 festividad de la Natividad de la Virgen María
Qué mejor forma de retomar el curso del año que una reflexión sobre el perdón.
El Papa Francisco nos ayuda a reflexionar sobre este tema.
La familia es un gran gimnasio de entrenamiento en el don y en el perdón recíproco sin
el cual ningún amor puede ser duradero. Sin entregarse ni perdonarse el amor no
permanece, no dura. En la oración que Jesús nos enseñó nos hace pedirle perdón al
Padre, y si perdonamos a los hermanos, Él nos perdonará. No se puede vivir, o vivir
bien sin perdonarse y menos en familia. Todos los días nos ofendemos los unos a los
otros por nuestros egoísmos. Se trata de perdonarse de inmediato. Si esperamos
demasiado, todo se hace más difícil. El secreto es no dejar que acabe el día sin
pedirse perdón, sin hacerse las paces entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre
hermanos y hermanas entre nuera y suegra etc.... Si aprendemos a pedirnos perdón
inmediatamente y a darnos perdón recíproco, las heridas sanan, el matrimonio se
fortalece y la familia se convierte en una casa sólida que resiste sacudidas. Para ello
no es preciso dar un gran discurso, sino que basta una caricia. Si aprendemos a vivir
así en familia, lo haremos fuera de ella. Podemos pensar que son palabras bonitas
pero imposibles. Gracias a Dios no es así. Recibiendo el perdón de Dios somos
capaces de perdonar a los demás. Por eso Jesús nos hace repetir estas palabras cada
vez que rezamos el “Padre Nuestro”. Practiquemos el perdón y seremos perdonados.
Pidamos el perdón y seremos perdonados. Aprovechemos este momento para acudir
al sacramento de la reconciliación.
En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?" Jesús le contesta: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano."
Este evangelio nos habla de la necesidad del perdón. Pedro quiere saber cómo solucionar los problemas de las primeras comunidades en lo que se refiere a celos, envidias, enfrentamientos, discusiones….
El texto nos hace recordar la frase que muchas veces decimos “perdono pero no olvido”. Demuestra la incapacidad que tenemos de perdonar de corazón.
Señor, eres compasivo y misericordioso, lento a la ira, y rico en clemencia. Tu perdón es infinito y es de los que perdona y olvida.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: