Celebramos hoy la fiesta de la Presentación del Señor en el templo. Aunque
parezca mentira, han pasado cuarenta días desde la celebración de la Navidad.
José y María se acercan a Jerusalén, a cumplir con las normas judías de
purificación. Es una nueva revelación de Jesús, el Mesías, al que todos
esperaban, pero sólo dos personas, Simeón y Ana, fueron capaces de reconocer.
En los versículos anteriores a lo que hoy leemos, en el libro de Malaquías, el
pueblo judío se estaba quejando de que no sabían dónde estaba el Dios de
justicia. En el fragmento que se nos presenta este domingo, el profeta da la
respuesta que esperaba su pueblo. Llegará el Salvador, al que todos esperaban,
y purificará el templo, para que las ofrendas sean justas, agradables a Dios.
El oráculo de Malaquías se cumplió con la venida de Jesús. Él ha entrado en el
templo que debería haber sido “casa de oración para toda la gente” y que los
sacerdotes y levitas habían convertido en “cueva de ladrones”. Como en los
tiempos de Jesús, hoy sigue habiendo resistencia a aceptar la llegada del
Salvador. De alguna manera, el texto que hoy meditamos puede ser una
invitación a abrir las puertas de nuestro templo al Señor, que viene para
purificarlo, para que nuestras ofrendas sean justas.
La Carta a los Hebreos nos recuerda, para que no se nos olvide, la Encarnación
del Señor. Para ayudar a todos sus hermanos , Jesús se hizo uno de
nosotros. Porque para eso se hizo hombre el Señor.
Porque nuestros miedos y preocupaciones son las preocupaciones y el miedo de
Cristo. Es lo que significa la Encarnación, participar en nuestros problemas e
inquietudes, desde dentro, no desde fuera, no como un observador neutral.
Habiendo sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado, es capaz de
entender nuestras debilidades, echarnos un cabo, cuando parece que nos
ahogamos y aliviarnos en los momentos de dificultad.
Los dos, María y José, saben que el niño que llevan en brazos no es suyo: les ha
sido confiado por Dios para que sean sus cuidadores, pero que pertenece a Dios.
Lo cuidarán con mucho amor, hasta que llegue el día de comenzar la misión que
su Padre le ha encomendado. Lo llevan al templo, con confianza, para que el
mundo sepa que ya está ahí.
Y el encuentro se produce con dos representantes de la tercera o cuarta edad. Un
hombre y una mujer. Los únicos capaces de reconocer al Mesías. Conservamos
los nombres: Simeón y Ana. Dos ancianos tienen un maravilloso encuentro con un
niño de cuarenta días. Un hombre y una mujer que habían llegado al ocaso de
sus vidas se encuentran con la Luz recién venida al mundo. Fue un encuentro tan
especial que los dejó maduros para morir. Así lo confiesa Simeón: «Ahora, Señor,
según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz».
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: