Hoy celebramos el “Domingo de la Palabra de Dios”. El Papa Francisco instituyó
este domingo con la intención de que se celebrara todos los años el tercer
domingo del Tiempo Ordinario. Este domingo ha sido instituido en respuesta a
un deseo del Pueblo de Dios trasladado al Papa de muchos modos.
El Papa desea que este Domingo de la Palabra sea un día dedicado a la
celebración, la reflexión y la divulgación de la Palabra de Dios. Dedicar a la
Palabra de Dios un día determinado del año litúrgico puede ayudar a que la
Iglesia experimente de nuevo cómo el Señor Resucitado abre para ella el tesoro
de su Palabra y la capacita para que proclame sus insondables riquezas ante el
mundo. Y las lecturas de hoy son una invitación para todos a la reflexión y a la
revisión de nuestra relación personal con la Palabra de Dios.
“No estéis tristes ni lloréis”. Lo de juntarse, escuchar la Palabra y meditarla es
algo que se hacía ya hace muchos años. Y, en esta ocasión oímos como el
pueblo, que durante muchos años no había conocido la ley, al descubrirla, rompe
a llorar, porque entienden que se han apartado mucho del camino que Dios les
había marcado. De repente, fueron conscientes de lo mucho que se estaban
perdiendo. Pero la respuesta del profeta es clara: “No estéis tristes, pues el gozo
en el Señor es vuestra fortaleza”. Lo importante es la reacción ante la oferta de
un estilo nuevo de vida, que devuelve al pueblo la condición de elegidos, de hijos
predilectos de Dios. Ellos lo sintieron de verdad. A lo largo de muchos años, en
el destierro, en el desierto y al llegar a la Tierra Prometida.
Y sigue san Pablo reflexionando sobre los carismas. La semana pasada, sobre
la diversidad de los mismos, y ésta sobre la importancia de estos dones que el
Señor regala a su Iglesia. Todos son complementarios, todos son necesarios. Y,
aunque hay ministerios más significativos que otros, por la función que
desempeñan, especialmente lo relacionado con la predicación de la Palabra,
para que el mundo crea, todas las personas merecen el mismo respeto, derivado
de la condición y dignidad de hijos de Dios.
Y llegamos al Evangelio, que nos recuerda para qué vino al mundo Jesús: para
“evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos,
la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del
Señor”. Jesús vino a traernos su Buena Nueva, a devolvernos la libertad, la vista,
a posibilitarnos la reconciliación con Dios. La fe en Cristo nos permite ver la vida
y los acontecimientos con distintos ojos; poder mirar de otra manera a las
personas y los sucesos de la vida. Poder escuchar, ver, ser libre, sentirnos en
paz con Dios y con los hermanos, dentro de la Iglesia, son elementos que deben
estar siempre presentes en la vida de todo creyente en Jesús.
Hermano Templario: Al contemplar esta escena, nos podemos preguntar cómo
vivimos nuestras celebraciones. ¿Es el día del Señor, el domingo, una fiesta?
¿Sentimos que el Señor continúa hablando, acompañando y guiándonos con su
Palabra? Esa debería ser la fuente de nuestra alegría. ¿O vamos a Misa como
a un entierro, a regañadientes, pensando en otras cosas y mirando el reloj
continuamente, por si se ha parado?
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: