Una nueva tierra El inicio de este fragmento “Mirad, yo voy a crear” es la acción propia de Dios. El hombre y la mujer son tierra en su cuerpo, pero en el alma son espíritu, imagen y semejanza de Él; no son esclavos, somos sus hijos. No estamos hechos para la nada, sino para una vida plena y eterna. La fe siembra ya en el presente, lo que será fruto en la eternidad, el hombre nuevo para Dios. Entretanto habrá que trabajar con amor, esperanza y fortaleza, para transformar y mejorar el mundo en que vivimos. El futuro que se nos muestra es como un huerto de Edén y paradisíaco, un cielo nuevo y una tierra nueva, que Dios creará, según el profeta, con los rasgos del paraíso primitivo con su fertilidad y abundancia, ofrecido a los hombres. Los profetas anuncian a un nuevo David, un nuevo templo, una nueva tierra Santa, una nueva Jerusalén, cuya característica será el amor eterno de Yahveh y su presencia en medio del pueblo. El salmo es un canto entusiasta de la persona salvada por Dios “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”. El recuerdo del peligro pasado, da motivo al salmista para alabar y ensalzar a Dios e invitar a hacer lo mismo a los fieles de Yahveh. La Iglesia proclama este salmo en la Vigilia Pascual. Nadie es profeta en su tierra Jesús volvió otra vez a Caná donde en una boda que se les terminó el vino, realizó el primer signo, convirtiendo el agua en vino, iniciando así su vida pública. Aunque Jesús había afirmado que un profeta no es estimado en su propia Patria, cuando llegó a Galilea, los galileos sí que lo recibieron bien y creyeron en su nombre, probablemente por todo lo que habían visto hacerle en Jerusalén durante la fiesta de la Pascua, a la cual ellos también asistieron. También en Caná efectuó un segundo signo; a ruegos de un funcionario del Rey Herodes Antipas, probablemente un oficial pagano, que le pidió la curación de su hijo enfermo. Jesús no se encierra en su raza ni en su religión, acoge a todos. El oficial tenía puestas las esperanzas en Jesús, motivo por el cual le pidió un par de veces que le acompañara antes que muriese su hijo, pero Jesús siempre le respondió lo mismo “Vete, que tu hijo vive”. No obstante Jesús añadió como reproche “Si no veis signos y prodigios, no creéis”, lo que también nos dice a nosotros. Al funcionario le costó ponerse en camino pero al final tuvo fe en Él y marchó hacia su casa. Antes de llegar los criados fueron a buscarle para decirle que su hijo estaba curado y al preguntarles a qué hora se había producido la mejoría, cayó en la cuenta que era la hora en que Jesús le había dicho que su hijo estaba curado, en este momento tuvo la confirmación de su fe “Y creyó él con toda su familia”. ¡Cuántos cristianos limitan su fe, a pedir prodigios y milagros! Quieren que Él escuche su oración, resuelva sus dificultades al momento y haga milagros con sus peticiones. Este relato del Evangelio de San Juan, nos está enseñando cuál es la única fe que merece tal nombre, la que se apoya en la Palabra de Jesús, la que llega hasta aceptar su persona; nadie más que Jesús da vida; nadie más que Él vence la enfermedad y la muerte. Con este episodio termina el primer ciclo del libro de los signos y las obras que Jesús empezó y también concluyó en Caná de Galilea. ¿Cómo vives tu fe? ¿Se limita solo a pedir milagros?
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: