Su carne quedó limpia como la de un niño Este fragmento del segundo libro de los Reyes, nos está presentando distintos prodigios que el profeta Eliseo realizó, tanto con gente de su entorno como con extranjeros. En el relato que contemplamos hoy, vemos como un alto personaje del rey de Siria, y general de sus ejércitos, encumbrado entre los sirios como vencedor de grandes batallas, tenía un estigma, que era la aparición de “Lepra” en su cuerpo, enfermedad que en aquella época se consideraba castigo de los dioses. Tenía a su servicio una esclava israelita, la cual le instó a que fuera a ver al profeta de Samaria y se curaría. Salió con una gran comitiva hacia Israel, con presentes y cartas de recomendación para el soberano de los israelitas el cual, al verlo, reconociendo que era incapaz de curarlo, pensó que se trataba de un pretexto contra él. Eliseo enterado del caso pidió al rey lo enviara a su presencia. Naamán se dirigió con toda su parafernalia y Eliseo ni lo recibió, le mandó un mensajero con la instrucción de que se bañara siete veces en el Jordán y curaría. Naamán esperaba una gran ceremonia de curación y se enojó, pero sus siervos le dijeron “es algo sencillo, ¿porqué no lo intentas? Tal como le indicó Eliseo, se bañó siete veces y su carne quedó limpia como la de un niño, ante lo cual volvió donde el profeta y reconoció la grandeza del Dios de Israel. Este episodio nos invita a olvidarnos de los grandes boatos, lo que Dios quiere es que nos purifiquemos con el agua, como ocurrió en nuestro bautismo, simplemente renovando los compromisos que, por nosotros, hicieron nuestros padres, que revivamos nuestra disposición y reafirmemos nuestra fe, con la limpieza que supone para nosotros recibir el agua bautismal. Sin grandes alharacas, sin ceremonias extraordinarias, simplemente el Señor y tú, examinando nuestra vida y, como con el ordenador, reiniciando nuestra fe y confianza en el “Todopoderoso”, convenciéndonos de que, como nos dice el salmo 41, “Mi alma tiene sed del Dios vivo”. Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba Lucas nos presenta el episodio de cuando Jesús vuelve a su tierra, Nazaret, y en la sinagoga, tras leer el fragmento de Isaías: “El Espíritu de Dios está sobre mi…” y confirmarles que la profecía se había cumplido en Él, es testigo de cómo la aparente sorpresa y admiración del principio, se torna escepticismo y crítica, pues ¿cómo era posible que el que habían conocido desde niño, y su familia vivía entre ellos, se había convertido en maestro y realizaba cosas sorprendentes? Es lo que hace que Jesús les eche en cara que “nadie es profeta en su tierra” y les recuerda el milagro de Elías a la viuda de Sarepta y la curación de Naamán el sirio, por parte de Eliseo, lo que desató la furia de sus paisanos, queriendo, incluso, matarlo, pero Él se abrió paso entre ellos y se alejaba. ¡Cuánto nos cuesta reconocer las virtudes de los demás!, sin embargo, que fácil nos resulta el pregonar y difundir sus posibles defectos y, si cabe, agrandarlos. ¡Nos cuesta tanto valorar al prójimo…! Y más si es muy cercano a nosotros. Nos duele que alguien pueda destacar por encima de nosotros y pueda dejar en evidencia nuestra mediocridad. El Señor nos pide un ejercicio de humildad, olvidarnos de nuestro “ego”, abrirnos a la escucha de la Palabra de Dios y seguir el camino que nos marca, y conseguir ser capaces de reconocer los méritos de cada uno, olvidándonos de nuestro egoísmo. ¿Estamos dispuestos a “reiniciarnos” y recuperar nuestra confianza en Dios? ¿Renunciaríamos a criticar a los otros para insistir más en la escucha de la Palabra de Dios? ¿Nos atrae el ser profetas para los demás?
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: