Señor, nos abruma la vergüenza La oración de Daniel nos pone un poco en evidencia a todos por su humildad y sinceridad. La Biblia de Jerusalén traduce que el profeta “derramó” su oración, es decir, se vació de sí mismo para ponerse, en nombre de su pueblo, humilde y pecador, ante Quien es, por un lado “grande y terrible” y, por otro, fiel, leal y además “compasivo y perdona”. Y digo que nos pone en evidencia porque a todos nos cuesta mucho reconocer nuestra fragilidad e inconstancia, nuestras contradicciones, nuestras vergüenzas y las continuas caídas en el mal. Dios tiene razones más que suficientes para apartarnos de su amor. Así lo reconoce Daniel, pero, a pesar de todo, espera con el corazón encogido, una vez más el perdón generoso de Quien todo lo puede. Y es que las “razones” de Dios son el Amor y la Compasión, las cualidades de un Padre que nos ha dado la vida y acepta nuestras limitaciones y contradicciones. La medida que uséis, la usarán con vosotros En el espíritu de la lectura y el salmo. San Lucas nos ofrece lo que pudiéramos denominar “un salto de calidad” en la revelación de Dios a los hombres. No se trata solo de reconocer con humildad nuestro pecado y esperar la misericordia de Quien nos quiere incondicionalmente. Jesús invita a vivir ya en la realidad del Reino de Dios con nuestra propia vida. El Reino de Dios que ha inaugurado Jesús es una Nueva Realidad manifestada en los cielos abiertos que contemplamos en el Bautismo del Jordán. Se trata no ya de sentirnos interpelados, sino involucrados en las “razones” de Dios haciéndolas nuestras: “sed compasivos como Vuestro Padre”, “no juzguéis”, “no condenéis”, “perdonad” “El recitante se distingue del orante en que se siente satisfecho después de orar. Ha “liquidado” aquel “asunto”, ha “cumplido” con aquella práctica más o menos simpática...Y ya no piensa en ello, al menos hasta mañana. El orante, sin embargo, después se encuentra...preocupado, más ocupado, ¡con un peso más!… Si he rezado de verdad me encuentro con muchos “encargos” recibidos precisamente de Dios cuando le pedía por algo… Advierto que, cuando rezo, Dios me da quehacer.”
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: