La escena que nos relata San Lucas está protagonizada por dos discípulos que se
parecen mucho a nosotros. Podrían representar a cualquier creyente, a todos los
creyentes. Algunos especialistas en la Escritura indican que no fue un «despiste» de
Lucas el que uno de los dos caminantes no tenga nombre. Uno se llama Cleofás, pero
¿y el otro? Según interpretan, Lucas tuvo cuidado de no indicar su nombre para que
nosotros, al leerlo, pudiéramos ocupar su lugar, sentirnos identificados con él.
Sea como fuere, ¿cómo son estos dos personajes/discípulos, qué les pasa, y sobre
todo, qué tienen que ver conmigo, cómo me ayuda su experiencia a comprender y
profundizar la mía?
Los dos caminantes han pasado por una experiencia de dolor, de muerte, de
fracaso, de decepción... Expectativas tronchadas, amistades terminadas, sueños
rotos... Y se alejan de la ciudad, sumidos en su tristeza. La cosa tiene que ver con un
compañero de camino, un amigo llamado Jesús... que ya no está. Y al faltar él, el
grupo del que ambos formaban parte se ha dispersado.
Aquellos dos discípulos se pueden parecer a tantos hermanos que se acercan a
nuestra comunidad cristiana buscando a Dios, y todo lo que se nos ocurra e
intentemos decirles... no les convence, no les sirve. Como las palabras con las que
intentaron consolarles a ellos y darles esperanza la mujeres que fueron al sepulcro, y
el resto de compañeros... les parecieron rumores, chismes, fantasías...
Total que se apartan del grupo, vuelven a su casa y a sus cosas, aunque no dejen
de darle vueltas a lo ocurrido, intentando comprenderlo... Se van entristecidos, a su
aldea de «Emaús». Se trata de una especie de «baño de realidad» después de
haberse dejado ilusionar por aquel Mensaje de Jesús que quedó en nada. La ausencia
y la muerte de quienes han formado parte importante de nuestra vida nos ayudan a
entender e identificarnos con los sentimientos y estado de ánimo de estos dos
discípulos. Se resume todo en un «ya no»...
Pero...
♠ Lo primero que hay que subrayar es que estos discípulos van comentando,
compartiendo entre ellos sus sentimientos, su dolor, sus frustraciones. Hay entre ellos
una comunicación seria. Lucas no ha mencinonado que fueran amigos, o que tuvieran
una gran confianza entre sí o.... No. Sólo que eran discípulos, es decir: tenían en
común el haber conocido y seguido a Jesús. Y eso ya sería suficiente para hablar y
contarse y abrir el corazón y compartir la vida... Aunque esto no les saque de su
confusión... es un primer paso importante y necesario.
♠ ¿De qué hablan? Hablan de que se han sentido desencantados con Jesús.
«Nosotros esperábamos... pero...». Habían puesto en él su
esperanza. Esperaban que él diese respuesta a sus deseos profundos, y que liberase
a Israel de sus problemas políticos y religiosos. Habían escuchado su mensaje
(Evangelio), le habían admirado y querido, habían convivido con él. Aún después de su
muerte vergonzosa, todavía lo consideran un gran personaje, «un profeta».
Pero... «no habían llegado a la fe», no habían descubierto realmente quién era Jesús.
Tenían una imagen suya equivocada, distorsionada por su deseos y expectativas...
Cuando le ven fracasar y sufrir, y ser rechazado por todos, y entregado por las
autoridades religiosas al considerarlo un blasfemo, un falso profeta... no han sabido
cómo encajarlo.
Esta experiencia no es tan ajena para muchos de nosotros. ¿Quién no se ha
sentido alguna vez desconcertado, decepcionado, lleno de dudas, cuando ha confiado
en que Dios le ayudase, cuando se han dirigido a él en su oración... y no han obtenido
la respuesta que esperaban, o incluso ninguna respuesta? ¿O cuando nos ha visitado
la enfermedad, el dolor, la muerte de un ser querido... y Dios no ha hecho nada de lo
que esperábamos y necesitábamos y le habíamos pedido...?
No resulta extraña entonces la decisión de «alejarse» y procurar olvidarlo todo
cuanto antes. Esto de la fe parecía bonito... pero son «chismes y rumores», deseos y
«fantasías»: ¿ángeles, apariciones, sepulcros vacíos?...
♠ Se les acerca un Caminante. No lo reconocen de entrada. ¿Cómo es posible
para un discípulo no darse cuenta de que es el propio Jesús quien les sale al camino y
les acompaña? Lucas no ha dado ningún rasgo físico de él. Sólo «uno que va en la
misma dirección». Pero ¿no es así tantas veces en nuestra vida? Alguien (un hermano
en la fe, un catequista, un sacerdote, una religiosa...), que hace las veces del Señor
Resucitado, saliéndonos al paso y caminando y reflexionando con nosotros?
El Caminante se interesa por sus vidas, por la conversación que traen por el
camino. Y aunque para ellos es un perfecto desconocido, le abren el corazón. He aquí
un segundo elemento importante en el proceso de la fe: Abrirse, confiar, desahogar el
corazón. Y por tanto un rasgo indispensable en el pastor y acompañante: Interesarse
por la vida de la gente, preguntar, escucharles, saber de qué hablan por el camino.
♠ La respuesta de aquel Caminante ante todo lo que ha escuchado es iluminarlo
con las Escrituras. La vida, el dolor, el fracaso, el sinsentido necesitan de una luz
nueva. Y Jesús repasa con ellos todo lo que tenía que ver con él: Es su testimonio
personal. Es éste un tercer elemento importantísimo en el camino de la fe: Conocer las
Escrituras. ¿Acaso aquellos dos judíos no la conocían? Todo buen judío se preciaba
de conocer a fondo la Ley y los Profetas. Pero... no habían sido capaces por sí
mismos, de ponerlo en relación con lo que estaban viviendo.
Esa conversación (podemos llamarla muy bien «catequesis») les hace sentir
bien. Pero las palabras compartidas, el estudio de la Escritura, la reflexión y la
confianza surgida no son suficientes. Y con toda naturalidad les brota la hospitalidad:
invitan al Caminante a quedarse con ellos a esas horas ya oscuras. No se suele invitar
a casa a cualquier desconocido. Ni lo invitan por haberse dado cuenta de quién era...
Sencillamente les ha llegado su mensaje, se han sentido escuchados y comprendidos,
y les apetece seguir todavía en su compañía. Sus palabras son realmente una oración,
sencilla, breve, pero con corazón sincero y agradecido: «Quédate con nosotros». Y
cuando le ven tomar el pan, pronunciar la bendición, partirlo y entregárselo... algo
pasa: Se dan cuenta de que, desde que habían comenzado a caminar con él, había
empezado toda una "liturgia" que apuntaba y culminaba en la Fracción del Pan.
Hermano Templario: Haber «visto» en persona a Jesús (cosa que no está ya a
nuestro alcance) y haber escuchado/leído su mensaje/evangelio... Es importante pero
no es suficiente. Formar parte de un grupo de discípulos y compartir la vida, y
escuchar sus testimonios personales, es importante pero tampoco es suficiente.
Repasar nuestra vida a la luz de las Escrituras y de la experiencia de Jesús crucificado
(catequesis/revisión de vida) también es importante y necesario. Pero sigue siendo
insuficiente para reconocer vivo al Señor: Es necesario partir juntos el pan, celebrar la
Eucaristía, hacer posible la «comunión» interpersonal. Una fe sin Eucaristía no es fe.
No se nos abren los ojos. Nos «dejamos fuera» de casa al Señor. Y si celebramos
«bien» la Eucaristía... necesitaremos «volver» a buscar al resto de los hermanos.
Regresaremos a la Comunidad con una experiencia de fe que compartir. Por fin
habremos comprendido a las mujeres, a Pedro, a Tomás... porque tendremos una
experiencia común con ellos. Seremos con verdad una Comunidad-Iglesia.
Que estas sencillas reflexiones nos animen a refrescar, profundizar y cuidar
nuestra fe pascual en el Señor Resucitado, ¡el Señor de nuestros caminos! Que
seamos capaces de anunciar a quien quiera escucharnos que «es verdad, el Señor ha
resucitado y nosotros lo hemos reconocido al partir el Pan». Y si nos marchamos un
día a Emaús... que podamos volver con el corazón ardiendo.
NNDNN
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: