



Sabio es quien procura la paz de Dios con una fe esperanzada
La carta de Santiago es todo un tratado de estilo de vida cristiana. En
este breve relato el apóstol nos exhorta a ser sabios con la sabiduría 
que viene de arriba. Una sabiduría que no es egoísta, ni petulante, ni 
vanidosa, ni provoca rencillas o envidias. No está al servicio del mal, 
del desorden o la injusticia. Antes bien, la sabiduría que viene de 
arriba es pura, amante de la paz, comprensiva, llena de misericordia 
y buenas obras, constante y sincera. Es un don, una gracia que Dios 
quiere que pongamos al servicio de nuestros hermanos, del bien 
común. Nos debemos a los demás, poseemos los carismas y virtudes 
para hacer que nuestra comunidad sea más humana y verdadera, 
más cercana a lo que Dios pretendió iniciar al hacerse presente en 
este mundo: instaurar su Reino. En él no cabe ni la envidia ni el 
egoísmo, ni la falsedad o la maldad. Dios quiere que seamos 
instrumentos de paz, constructores de hermandad, amantes de una 
sociedad pacífica y justa, mujeres y hombres de bien. Y eso sólo se 
consigue luchando por la justicia en nuestro mundo. Una justicia que 
supera el ojo por ojo o la estricta legalidad retributiva, al inscribirse 
en el mandato divino del amor y el cuidado de los últimos y más 
necesitados. Que los últimos sean los prioritarios, la urgencia de 
nuestros actos. Eso significa ser sembradores de paz a favor de la 
justicia y la solidaridad entre los hombres y los pueblos. Ser gente de 
bien implicados en la creación de un mundo mejor.
Una paz que supera el dolor, la enfermedad y la miseria humanas
Marcos nos presenta en este evangelio a Jesús sanando a un 
“endemoniado”, un enfermo grave de epilepsia. Es su padre quien se 
presenta ante el Señor a interceder por su hijo con una fe insegura. El
elegido de Dios, el transfigurado, el Hijo amado, se enfrenta a la 
realidad humana, al dolor y la enfermedad. Y toma posición contra las
fuerzas de muerte que empujan al chico enfermo hacia el fuego y el 
agua, contra el demonio que quiere acabar con este muchacho. Dios 
es un Señor de vida, enviado a salvarnos y redimirnos del mal. Jesús 
nos trae la buena nueva, su evangelio de salvación. En contra están 
las fuerzas del maligno que se interponen y obstaculizan el acceso del
Reino de Dios, que se oponen a esta buena nueva, a esta salvación 
que Jesús trae al mundo. La antítesis permanente entre bien y mal. 
Pero la fuerza del Señor viene a liberarnos de las ataduras del 
demonio y de la muerte, entregarnos una nueva vida, una forma de 
entender la realidad desde la presencia de Dios en medio de nuestro 
mundo, en relación personal con nuestras vidas. Y eso sólo se 
consigue con fe. Creo Señor, pero aumenta mi fe. No una fe libre de 
dudas, inseguridades y recelos, pero sí una fe sólida, una fe 
entregada y consecuente. Una fe que busca incansable y persigue la 
voluntad de Dios en cada uno de nuestros actos. Una fe reforzada con
oración y ayuno, como nos pide el Señor en este relato. Lo 
importante es presentar una actitud confiada, como la del padre del 
endemoniado, que desde la oscuridad y la debilidad de su fe 
titubeante pide ayuda, que desde su debilidad anhela alcanzar lo que 
solicita.
 
  

Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.

La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.


1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente:
