No habéis visto a Jesucristo y lo amáis Es evidente que no hemos visto a Jesús. Puede que se nos haya hecho presente a los ojos de la fe y este hecho será el nacimiento a una nueva vida, con las raíces hundidas en él, renacidos a una vida de gracia y creciendo en la fe como el sarmiento que brota del pulgar que el podador dejó en la parra, y del que saldrá el fruto. Y no nos garantiza una vida tranquila y segura, sino que nos anuncia pruebas dolorosas por las que puede que tengamos que pasar, pero, si no perdemos de vista el resultado final, la meta a la que ansiamos llegar y el apoyo que en Cristo tenemos, nada podrá quitarnos la alegría de saber cuál es nuestro destino, hacia donde vamos y esto será suficiente para confiar en quien nos da gratuitamente todo su amor, su infinita misericordia y la esperanza, que la seguridad de saber que nos espera al final del camino, nos proporciona. Si nuestra confianza sigue anclada firmemente en Cristo resucitado, nada podremos temer. Todo lo tenemos porque se nos ha dado en Cristo. Nada necesitamos fuera de él y con él tenemos todo. Pongamos nuestra fe en la llegada a la meta y llegaremos a alcanzarla, porque el Señor recuerda siempre su alianza, su promesa. Entonces, ¿quién puede salvarse? Es un joven, un perfecto judío, quien se acerca Jesús. Cumple fielmente todos los mandamientos desde niño, entra dentro de los estándares de los fieles judíos practicantes, pero no encuentra seguridad en su salvación final. A este joven le preocupa su propia seguridad de salvación. Sabe que cumple todas las normas religiosas desde siempre, pero le falta seguridad, le falta fe. Quiere “comprar” la seguridad de la salvación y puede que esté dispuesto a pagar por ella, pero Jesús pide un precio excesivo, ¡le pide todo! Es realmente difícil para un rico entrar en el reino de los cielos. No importa el nivel de su riqueza, no es necesario que sea cuantiosa, sino que tengamos el corazón firmemente agarrado a ella y nos cueste compartirla. Los ricos echan en el cepillo del templo grandes cantidades mientras la pobre viuda solamente echa unos céntimos, sin embargo Jesús alabará a esta pobre mujer porque comparte todo lo que tiene, mientras los ricos, prestos a grandes donativos, siempre van a dar lo que les sobra, no lo que necesitan los demás. Tienen su corazón donde está lo importante para sus vidas, y lo importante no son los prójimos, sino los propios bienes, la propia seguridad. Muchos tenemos una riqueza, puede que muy pequeña, pero que nos impide ser generosos, que nos ata con esas cuerdas invisibles que nos obligan a estar sometidos a ella. Cierto será difícil que nos salvemos por nuestros propios medios o méritos, pero esto lo sabemos todos: no somos nosotros los que nos salvamos, sino Dios quien nos salva. Es él quien nos regala la salvación. Es él quien nos conduce de la mano a su reino, y lo hace gratuitamente y solo nos pide a cambio que confiemos en él, creamos en él y seamos felices. Si vamos asidos a la mano de Dios, si no nos soltamos, viviremos felices porque el Reino de Dios ya estará en nosotros, y la riqueza dejará de tener alguna importancia para nosotros y no nos costará desprendernos de ella.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: