Viernes 24, María Auxiliadora. Recordemos a nuestra Madre en nuestras oraciones, sobre todo en este mes de Mayo El evangelio de esta semana es exigente con nosotros, Caballeros del Temple. Podemos decir que una cosa es ser Templario común y otra ser Caballero del Temple. Una cosa es “estar” en La Orden del Temple y otra “ser” de La Orden del Temple. Los Caballeros del Temple somos “pobres soldados” consagrados al servicio de Cristo y su mensaje y nos encontramos ungidos para la misión específica de La Orden. La misión de La Orden y por lo tanto la nuestra, incluye un objetivo transcendental: La Parusía, el retorno de Cristo en gloria que se nos recuerda en este evangelio y constituye el motivo de resurgimiento de La Orden. Este objetivo se concreta en unas orientaciones estratégicas que constituyen la misión de La Orden, nuestra misión en la tierra como Caballeros del Temple. Hagamos un repaso y reflexión personal sobre nuestro grado de implicación y compromiso con nuestra Orden. La primera es que se reconozca la Autoridad y Poder de Dios Cristo en el mundo. La segunda es afirmar la primacía de los valores espirituales sobre los temporales. Dios es creador de todo, y por lo tanto la materia sólo puede conducirse por el Espíritu. La tercera es devolver al hombre su dignidad y destino espiritual. La cuarta es ayudar a la humanidad en su pasión, pruebas y sufrimientos de esta vida, es decir, en su Gólgota, y ser testigos de la esperanza. La quinta es participar en la asunción de la Tierra en sus tres planos: cuerpo, alma y espíritu, a pesar de que la mayoría no quiere admitir más que el primero La sexta es contribuir a la unión de las iglesias, así como la unión del cristianismo y el islam. La cruz de Cristo representa la Universalidad. La fuerza del Temple es su fuerza espiritual y por lo tanto estamos obligados y debemos cuidarla, cultivarla y potenciarla. Por lo tanto, todos los que nos sentimos Caballeros del Temple debemos dar testimonio del resurgimiento de La Orden y su mensaje para despertar a otros Hermanos. Debemos crear las condiciones para la venida del Paráclito y desarrollar nuestra capacidad operativa en los tres planos, cuerpo, alma y espíritu. Nuestro mundo está sin rumbo, donde lo corporal y material ha desplazado a lo espiritual. Es nuestra obligación y responsabilidad, como Caballeros del Temple y como Orden del Temple, liderarlo. No basta con vivir de ilusiones y fantasías del pasado. Somos la nueva Orden del Temple, tan o más necesaria e imprescindible que nunca en la historia de la humanidad. Debemos prepararnos, pertrecharnos con las armas y mensaje del evangelio, encomendarnos a Dios y con nuestro blanco manto salir a iluminar y rescatar a la humanidad que anda entre tinieblas.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.» Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: 'Me voy y volveré a ustedes'. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
El evangelio nos habla de qué es amar a Dios. No se trata de palabras huecas y representaciones vacías. Simplemente consiste en guardar sus palabras, que se traducen en una orientación de nuestra vida.
Mi vida transcurre a toda prisa. Multitud de acontecimientos, sentimientos, vivencias etc… me ocupan día a día. No sé si soy consciente de la presencia de Dios en ella. Cuando llegue el final y Dios vuelva, me plantaré frente a Él y deberé explicarle qué he hecho con mi vida. ¿Realmente creo que mis argumentos son de peso para decirle no he tenido tiempo, se me olvidó, o no me he atrevido?
Tu amor y tu paz no son el amor y la paz que proclama el ser humano. Tu paz y tu amor son distintos, son los verdaderos, los que sacian nuestra sed.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: