Día 19, festividad de San José.
El evangelio de esta semana habla sobre nuestra conversión, pero ¿Qué significa convertirnos? La Palabra de Jesús es Espíritu y Vida. Pero nadie puede llegar a ella mediante el sólo estudio intelectual. Es preciso sentir un verdadero deseo, trabajar día a día en encontrar el camino. Si se siente de veras la llamada de “Ven y sígueme” y contestamos afirmativamente y con entusiasmo, entonces estaremos preparados para comenzar la conversión. Esta conversión no es fácil ni instantánea. Requiere de una fase de arranque, otra de abandono del viejo yo y otra de conciencia de la vida espiritual, la conciencia de nuestra misión y la voluntad de empezar. En el arranque debemos ser conscientes que no se consigue nada sin esfuerzo y perseverancia. No valen dones o privilegios. Por otra parte es fundamental la sinceridad, es decir, el único deseo de servir a Dios, no a los propios intereses espirituales, por lo tanto hay que ser leal y sin segundas intenciones. El abandono del viejo yo es una de las más importantes. El análisis severo e implacable de mi propio yo. Es una prueba de honestidad y sinceridad con nosotros mismos. Esta prueba nos ayudará a despojarnos de todo aquello que nos impide realmente una conversión y el seguimiento a Jesús. Por último nuestra misión. Dios nos da una herramienta muy potente, el pensamiento para elegir nuestro camino, pero en ocasiones lo tenemos ocupado con otras cosas mundanas. Es fundamental reposarlo y tener control del mismo. Las cosas del Espíritu sólo se perciben espiritualmente, por lo que nuestro pensamiento debe acercarse al espíritu divino. Por otra parte el pensamiento se vuelve real cuando se hace efectivo, se exterioriza. De lo contrario se marchita. Este pensamiento debe regenerarse y alimentarse del pensamiento original, del pensamiento divino, del mensaje de Cristo.
En aquel tiempo se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pareceréis lo mismo. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. Y les dijo esta parábola: Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va perjudicar el terreno? Pero el viñador respondió: “Señor déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”.
Jesús en este evangelio nos da la oportunidad de la reconciliación. Nos insiste en la reconversión ahora que todavía hay tiempo.
Jesús siempre nos brinda otra oportunidad. Su corazón misericordioso se ve reflejado en la parábola del viñador bueno. Él nos cuidará y nos mimará para que demos fruto, pero está en nuestra mano el dar fruto o ser cortados.
El Padre cuenta con nosotros para cambiar el mundo. El mensaje de Dios sin nuestra colaboración no sirve de nada. Él nos está mirando y esperando nuestra respuesta y participación para cambiar el mundo. Espera y confía en que demos fruto. Nos da una y otra oportunidad, nos cuida y nos mima como el buen viñador a la espera de nuestra respuesta de colaboración.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: