Comenzamos esta segunda semana de Cuaresma reconfortados tras el Convento anual de la Orden. Esta semana Jesús nos da toda una lección de los pilares fundamentales de su mensaje. Cómo obrar, cómo orar y la importancia y consistencia de la fé. Tres formas de alcanzar el Reino de Dios en la Tierra. En primer lugar, Jesús nos enseña cómo debemos actuar y comportarnos en esta vida con los demás. Nos recuerda aquello tantas veces oído y poco practicado de “lo que hicisteis con ellos lo hicisteis conmigo”. Ama al prójimo como a ti mismo. Parece sencillo pero eso implica conocernos. ¿Conocemos quiénes somos? ¿Hemos elegido consciente y racionalmente ser así? ¿En qué creemos? ¿Por qué? ¿Qué queremos y esperamos en esta vida? ¿Cuáles son nuestras aspiraciones más profundas? Si no hemos trabajado estas preguntas y no tenemos respuesta a las mismas, difícilmente podremos tener empatía y saber qué quiere el prójimo y en consecuencia actuar correctamente con él. En segundo lugar nos enseña cómo dirigirnos al Padre. Nos enseña a orar. Nos deja la oración del Padrenuestro donde cada una de las palabras o frases tiene un profundo significado que merece la pena explorar y reflexionar. Me centraré sólo en las dos primeras palabras para mostrar su amplitud e invitar a todos a trabajar dicha oración. Si decimos Padre nuestro, es porque Dios es el Padre de todos los hombres, y por lo tanto todos somos hermanos. Si no reconocemos a nuestro hermano estamos negando la existencia de un padre común, y por lo tanto a Dios. Si realmente considero al prójimo como hermano ¿lo trato como tal o sólo de boquilla? Por último nos invita a tener fe, nos da unos consejos importantes “pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá”. Nos invita a orar y pedir a Dios, a estudiarnos, buscarnos en lo más profundo y reflexionar, y a preguntar, ser curiosos como los niños, no creernos estereotipos impuestos. Por eso nos dice en otra ocasión que para entrar en el Reino de los Cielos debemos ser como niños.
En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él; eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo. Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
El evangelista construye un evangelio sobre diálogos. Jesús en oración con el Padre, Jesús con Elías y con Moisés, Pedro con Jesús y Dios con la humanidad.
Cuando dialogo con los demás debo tener una actitud de escucha, de comprensión, de empatía para entender al hermano.
Sólo desde la preocupación y la escucha al prójimo, la oración con el Padre, y mi fe en su palabra podré alcanzar el Reino de Dios.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: