Día 6, miércoles de ceniza.
Comenzamos la cuaresma, tiempo de recogimiento personal, propicio para la reflexión y la meditación. A lo largo de la historia, la Cuaresma y la Semana Santa han sido tiempos de silencio, recogimiento, meditación que finalizan con la resurrección, la alegría y la esperanza. Tiempos oscuros, tristes que nos recuerdan la muerte de Cristo y a su vez nuestra propia muerte. Así se nos recuerda el miércoles de ceniza. Este periodo de cuarenta días de soledad, en desierto y recogimiento, suponen descender personalmente hasta la muerte, hasta lo más profundo de nuestro ser y reflexionar sobre quiénes somos y el sentido de nuestra vida. Nos recuerda la fugacidad del tiempo, y lo pasajero de la vida terrenal, así como que nuestro tiempo terminará, y todas nuestras pasiones y tentaciones humanas desaparecerán y prevalecerá nuestro Espíritu eterno. Las tentaciones nos hacen reflexionar sobre la fortaleza de nuestra creencia en Dios, la fidelidad a su mensaje, nuestro esfuerzo diario porque venga su reino. Debemos pensar si conocemos quiénes somos espiritualmente, no corporalmente. El día que dejemos este mundo abandonaremos nuestro cuerpo y nos enfrentaremos a nuestro espíritu desnudo, nuestro verdadero yo eterno. Debemos estar preparados para ello, ya que tras la Cuaresma y la Semana Santa llega la resurrección, es decir, tras nuestra vida y nuestra muerte llegará nuestra vida eterna.
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: Si eres hijo de Dios, di a esa piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: Está escrito: No solo de pan vive el hombre. Después, llevándolo a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo. Respondió Jesús y dijo: Está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto. Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: Si eres hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden y también: Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra. Respondiendo Jesús, le dijo: Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios. Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
En la soledad personal, en el desierto, es donde cada uno de nosotros nos enfrentamos entre lo humano y lo divino. Buscamos nuestras aspiraciones humanas: poder, dinero, ostentación, superioridad, e independencia, es decir, librarnos de Dios, anularlo, acallarlo, libertinaje. Son las tentaciones humanas. Por otra parte está el proyecto de Dios, su mensaje de humildad, tolerancia, compasión, amor y libertad.
Desviarse de Dios por las pasiones humanas es fácil. A menudo nos encontramos en esta encrucijada y notamos la debilidad de nuestras creencias.
La cuaresma que comenzamos es un buen momento para reflexionar sobre este aspecto.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: