Ser dócil vale más que un sacrificio
Es duro Samuel en este pequeño fragmento de su primer libro. Saúl
no ha seguido fielmente los mandatos de Dios y Dios le reclama por
su desobediencia.
En los tiempos actuales acusaríamos al Dios de Samuel de ser injusto,
vengativo y cruel. Si nos trasladamos a los tiempos del rey Saúl, con
Israel defendiéndose de todos sus numerosos enemigos, en unos
tiempos en los que la historia se centraba en la supervivencia y el
pillaje era moneda corriente como medio de compensación a las
tropas, el fragmento, sin dejar de ser desagradable y cruel, comienza
a tener sentido, aunque no justificación.
Si repasamos toda la historia de la humanidad encontraremos
millares de situaciones como la que describe el libro de Samuel y aún
peores. En la actualidad podemos ver como algunos pueblos, con
sentimientos tribales, se ocupan de desalojar, de impedir que los
ciudadanos puedan expresarse en el idioma y las ideas propias. Unas
tribus humanas se ocupan en sojuzgar a otras tribus imponiendo
ideas, idiomas, costumbres anecdóticas, mientras los espectadores,
es decir: el resto de la humanidad, miramos para otro lado.
Dios nos ha mandado que nos amemos unos a otros, no que nos
impongamos unos a otros. Nosotros celebramos sacrificios, liturgias
sin cuenta, pero nos olvidamos del amor. No sería extraño que Dios
se cansase y se alejara, harto de tanta estupidez y barbarie como los
humanos somos capaces de desarrollar cuando nos lo proponemos.
Como en aquella ocasión Samuel levantó la voz para afear al rey su
conducta, puede que sea la hora de que cada uno de nosotros
levantáramos también la voz para pedir que lo injusto se aparte y
sustituyamos sacrificios por caridad, amor y respeto mutuo.
¿Por qué los tuyos no ayunan?
Las costumbres cultuales judías, no las contenidas en la Ley, sino
aquellas que las clases poderosas en lo social o en lo religioso han ido
imponiendo, disfrazadas de religiosidad pero alejadas del espíritu.
Esta es la causa del incumplimiento por parte de los discípulos de
algunas de aquellas costumbres.
Ciertamente el Dios que nos presenta y predica Jesús tiene su origen
en el Dios del Antiguo Testamento, al que presentamos justiciero e
inmisericorde. Pero Jesús ha venido a presentar el rostro verdadero
del Padre, un rostro nuevo, amable y poderoso como el vino nuevo.
Los seguidores de Jesús, entonces, ahora y siempre, necesitan,
necesitamos, vivir, expandirse como haría un vino joven y vivo, que
fermenta. Lo malo es que, como humanos que somos, tendemos a
meter la espiritualidad viva y vital, en unas caducas y rígidas
estructuras de religiosidad y el resultado es que los odres revientan
porque no pueden aguantar la presión y el templo -el odre- se vacía,
porque no puede, -o no quiere-, adaptarse al progreso
Puede que esta sea la causa del vaciado de nuestros templos: no
dejamos crecer el espíritu encerrándolo en odres endurecidos, en
unas prácticas religiosas tradicionales y tradicionalistas. Los jóvenes
en cuerpo o mente, no importa la edad, quieren crecer, quieren vivir
una fe dominada por el espíritu, pero las estructuras, que nosotros
mismos hemos creado, e imponemos, tratan de encerrarlos en una
religiosidad rígida y obsoleta que a nadie atrae, salvo a los que
piensan que la tradición, las costumbres, los usos “de siempre” son lo
bueno, lo santo y somos odres viejos que quedan destrozados porque
el crecimiento del vino joven termina por romperlos.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: