Confía en el Señor David, un pastor, un joven criado en el campo, llega a ser Rey de Israel. Y no un Rey cualquiera, un líder querido y respetado por su pueblo. La primera noticia que tenemos de él es su enfrentamiento al gigante Goliat, un enemigo del pueblo de Dios. A pesar de la aparente desventaja saldrá victorioso en esa batalla, como luego hará en muchas más. Dios está con él, y David está con el Señor. ¿Cuantas veces nos hemos echado para atrás ante una dificultad? ¿En cuántas ocasiones nos hemos creído incapaces de afrontar un reto por no creer en nuestras propias capacidades? Pero si levantamos los ojos al cielo y tomamos conciencia de que no estamos solos la cosa cambia. Seremos capaces de cualquier cosa si confiamos en Dios, si nos ponemos en sus manos. Desgraciadamente el mundo en el que vivimos cada vez prescinde más de Dios, intenta convencernos de que el hombre es capaz de todo por sí mismo y no es así. Somos criaturas de Dios, hechos a su imagen. Él siempre está ahí (no olvidemos que es Padre) y basta con que tendamos la mano para que nos ayude. Como el Rey David pongámonos en manos del Señor en nuestro día a día, confiemos en Él y afrontemos los problemas de nuestra vida con la certeza de que no estamos solos. Dios por encima de todo Una vez más los escribas intentan acorralar a Jesús con sus enredos y paradojas. Quieren hacer ver al pueblo que incluso los milagros, las curaciones, que Cristo realiza son obra del maligno, cualquier cosa con tal de poner a la gente en contra de Él. El Maestro, con infinita paciencia, les explica como sus acusaciones no tienen ningún sentido. Al final les avisa, les lanza una de las advertencias más duras que podemos leer en el Evangelio: “El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre”. Pecar contra Dios no tiene perdón. Somos de naturaleza débil, por buenos propósitos e intenciones que tengamos la tentación está ahí y es más fácil de lo que pensamos caer en ella. Jesús dio poder a los Apóstoles para perdonar los pecados. En muchas ocasiones nos habla del perdón, de la misericordia, incluso cuando le preguntan cuántas veces se deben perdonar los pecados les contesta el famoso “70 veces 7” pero aquí nos advierte del límite que no debemos traspasar: pecar contra Dios, revelarnos contra Él, blasfemar contra el Espíritu Santo… Los escribas intentan volver contra Cristo sus buenas obras, sembrar la duda de que Dios está detrás de ellas, negar la naturaleza del propio Jesús como Hijo del Padre y Él les contesta con una claridad y una dureza que no deja lugar a dudas. Nuestros pecados serán perdonados pero negar a Dios, revolverse contra Él, no. Eso no tiene perdón porque, entre otras cosas estaríamos cayendo en la soberbia de negar la propia existencia de Dios. Desgraciadamente hoy vemos con demasiada frecuencia cómo se intenta apartar a Dios de la vida, del mundo. Debemos encomendarnos al Espíritu Santo para no caer en la peor de las tentaciones: revelarnos contra Él.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: