Dios mira nuestra pequeñez y nos engrandece Comenzamos un nuevo año litúrgico involucrados en la tarea que la Iglesia nos anima a construir: la sinodalidad de todos los creyentes abierta al mundo. Y las lecturas de hoy nos dan unas pistas para posicionarnos en esa vocación personal y eclesial que Dios nos ha dado. Desde nuestra pequeñez y desde nuestros propios carismas, don de Dios, estamos llamados a llevar el mensaje de salvación universal del Señor. Así lo podemos aprender de Ana, la mujer estéril que aparece en la primera lectura de hoy que recogemos del inicio del libro de Samuel. Este fragmento nos narra la rivalidad entre las dos mujeres que tiene el efraimita, Elcaná. Se trata de un buen hombre, que cada año sube al templo a ofrecer sacrificios y adorar a su Señor. Elcaná aprecia a Ana, aunque no tiene descendencia con ella y sí con su otra mujer Fenina, rival de Ana. A ésta le otorga mayores atenciones y regalos, y provoca la aflicción de Ana. Pero los designios divinos son inescrutables, y Dios escoge lo humilde y sencillo para llevar a cabo sus planes salvíficos. La fe y la lealtad de Ana, y sus oraciones al Señor la convertirán en la madre de Samuel, a quien entregará al servicio del Templo de Dios. Otra vez vemos cumplirse los planes de Dios por encima de nuestras suposiciones. Otra vez Dios escoge lo humilde y confiado, la buena voluntad y la disposición incondicional a su servicio para hacer avanzar su alianza con el hombre. Otra vez tomamos conciencia de que somos instrumentos de Dios para construir su Reino y hacer brillar su providencia. Dios atiende nuestras oraciones confiadas y plenifica nuestros anhelos y nuestro ser. Llamados al seguimiento de Jesús, a pregonar su evangelio Esta disposición incondicional para el seguimiento es la que nos narra Marcos en este evangelio. Cuando Juan Bautista es arrestado, Jesús decide subir a Galilea, a predicar el Reino de Dios. Allí llama a sus primeros discípulos, dos parejas de hermanos pescadores que dejándolo todo le siguen a ojos ciegas. “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”. Se ha cumplido el tiempo, dice Jesús, y propone la conversión y creer la Buena Noticia. Son las dos condiciones del Reino. Convertirse, cambiar los valores personales asimilando y realizando los valores del Reino, y creer la Buena Noticia., es decir, creer en Jesús. Él es la buena nueva, el evangelio de Dios; seguir a Jesús es cumplir la voluntad de Dios. Dos condiciones sencillas que suponen una entrega permanente y decidida. Conversión, cambio de actitudes, de criterios y de mentalidad. Abandonar los criterios mundanos, las tentaciones del dinero, el poder y la influencia, y asumir los valores esenciales, la verdad, la santidad, la justicia, el amor y la paz. Estos valores que la enseñanza y el ejemplo de Jesús nos muestran a lo largo de su trayectoria histórica. Así, siguiendo el ejemplo y la adhesión al Señor, nos vemos obligados a convertir también nuestros hábitos y costumbres, nuestra vida ejemplar. Asumiendo el mandato de Jesús de predicar el Reino y hacerlo presente en el mundo, promovemos las actitudes fundamentales de las bienaventuranzas, resumen del mensaje evangélico y criterio definitivo de salvación. La pobreza, el hambre y sed de justicia, la fraternidad y solidaridad, la no violencia, reconciliación y perdón, el amor al hermano, e incluso al enemigo, son los ideales que hemos de defender y hacer valer en nuestro mundo, porque son los valores que definen y hacen presente el Reino de Dios, la encarnación del Evangelio de Jesús. Propósito: Despojarnos del hombre viejo, aferrado a lo mundano y caduco y levantar nuestros ojos al Señor y a su misericordia, para salvar este nuestro mundo
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: