Obrar la justicia En este fragmento de la primera carta de San Juan, el Apóstol nos expone en qué consiste la auténtica filiación divina. Hay quien lo considera como una conquista del esfuerzo humano, pero Juan afirma que es un don de Dios. Vivir como hijos de Dios exige unas condiciones que van a ser como una serie de criterios, para saber si estamos en Comunión con Él; obrar la justicia y amar al hermano. Dios es justo, he aquí un segundo principio orientador de la vida moral del cristiano, que desempeña un papel semejante al de la frase “Dios es luz”. La consecuencia de este principio es que todo el que obra la justicia ha nacido de Dios. San Juan nos invita a reflexionar sobre el don prodigioso del amor del Padre a los creyentes. Es una invitación emocionada y gozosa a apreciar con el corazón, a comprobar, a comprender en el amor, a contemplar, admirados y alegres, el excepcional, generoso y gratuito amor de Dios que nos hace realmente hijos suyos. Ya lo somos aquí y ahora. Semejante gracia debe traducirse en nuestra vida en la misma forma que antes, cuando se trataba de andar en la luz. Vivir como hijos de Dios hace necesarios una constante conversión y un continuo amor. El salmo de hoy “Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”, es una invitación a aclamar al Señor todos los seres racionales del universo. El anuncio de la llegada del Señor, Juez y Salvador, es la buena noticia del Reino de Dios. Siervo y Cordero El testimonio de Juan Bautista sobre Jesús es muy valioso e importante. El evangelista, que fue su discípulo, lo recoge, lo medita y lo resume en una frase: “Este es el Cordero de Dios”. Jesús es el Cordero y Siervo de Dios. El Siervo de Dios anunciado por el profeta Isaías hace referencia a la encarnación del Salvador, cumpliendo Dios su promesa con posterioridad. Jesús es quien carga con los pecados del HOMBRE y se ofrece, inocente, para expiar por ellos. Él es el que quita el pecado del mundo, es decir, el que restablece las relaciones de paz entre Dios y los hombres, haciendo que éstos sean de nuevo hijos suyos. El Cordero Pascual, que los judíos sacrificaban cada año para celebrar su liberación de Egipto y el paso del mar Rojo, es figura de Jesús. Con su muerte y resurrección nos hace pasar, a través del agua del Bautismo, de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios. La liturgia del Domingo de Resurrección y los Prefacios Pascuales nos lo recuerdan al citar estas palabras de San Pablo: “Nuestro Cordero Pascual, Cristo, ha sido inmolado”. Esta tradición, que reconoce en Cristo al verdadero Cordero Pascual, se remonta a los orígenes mismos del cristianismo. ¿Estoy en Comunión con Dios? ¿Pienso en el gratuito Amor de Dios y lo transmito a mis hermanos?
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: