Decid a los cobardes: “Sed fuertes, no temáis” Es difícil encontrar más optimismo que el que destila este hermoso canto de Isaías. Israel, un pueblo probado por múltiples castigos provocados por sus traiciones a Dios, recibe esta profecía donde solo se encuentran bendiciones y alegrías. Isaías ha sido llamado “El Profeta del Adviento” y, ciertamente lo es. En este “pequeño” canto que leemos hoy, todo son buenas noticias y, casi todas, anuncios de cosas que van a suceder en la vida de Jesús. El amor de Dios se va a desbordar en su Hijo querido y los anuncios de Isaías van a hacerse presentes en los milagros de Jesús de Nazaret. Dios ama a su pueblo y su pueblo recibirá las bendiciones que otorga la fidelidad a Dios. Un Dios fiel, aunque sus criaturas no lo sean tanto y constantemente sigan -sigamos-, alejándonos de Él y de su mensaje. Podemos pensar que no somos hebreos y esto no va con nosotros, pero estaríamos engañándonos a nosotros mismos. Desde Jesús sabemos que Dios puede sacar hijos de Abraham de las piedras y la Iglesia de la que formamos parte es una nueva Sión. Nosotros hemos sido hechos hijos de Abraham, somos Pueblo de Dios y las alegrías anunciadas nos llegan de pleno. Alegremos el alma, y nuestras vidas, porque Dios está con nosotros y las profecías de Isaías se hacen presentes en nosotros, en nuestras vidas y en nuestra sociedad si nos esforzamos un poco en cumplir nuestra parte en el trabajo que tenemos asignado. No pidamos a Dios que nos oiga, que nos escuche y haga lo que nosotros tenemos que hacer, podemos hacer, y hagámoslo. Hoy hemos visto cosas admirables La fe mueve montañas. Es un dicho popular cargado de verdad. No han pedido a Jesús la curación del paralítico, pero hacen todo lo que pueden para poner a aquel ser sufriente delante de Jesús, seguramente convencidos de que Jesús no dejaría sin curación a aquel pobre ser. Pero Jesús se empeña en hacer lo difícil primero: ante aquel auditorio, lleno de fariseos y doctores de la ley, comienza por anunciar al paralítico que sus pecados quedan perdonados. Algo que nadie parece pedir es lo primero que otorga. Después va a curar su parálisis, pero el primer momento va a ser la reconciliación del ser humano con su creador. Si tenemos en cuenta que estas situaciones adversas de los hombres son consideradas castigos por pecados previos del sujeto o de sus padres, no es nada extraño que Jesús comience la curación del cuerpo con la curación del alma, aún a riesgo de enfrentarse a fariseos y doctores, a los que resulta fácil dar la razón. ¿Quién es este que se permite perdonar los pecados? Para nosotros, ahora, resulta normal que Jesús perdone los pecados, pero a la vista de los judíos presentes, aquello era una pura blasfemia. ¡Algo que solo Dios puede hacer, se atreve a hacerlo este hijo del carpintero! Es increíble e inaceptable para los puristas de la ley. Y a continuación Jesús plantea otro problema curando al paralítico. Me imagino que fariseos y doctores, algunos venidos del propio templo de Jerusalén, no puedan ver el paralelismo de las dos acciones. Seguramente encuentran buena la curación, pero ¿qué tiene que ver con el perdón de los pecados? Jesús está realizando lo que ha venido a hacer: Acercar al Dios lejano y terrible de fariseos, doctores y, seguramente muchos de los asistentes, y puede que de nosotros mismos, hasta hacerle amable, amoroso y extraordinariamente compasivo. El Dios del Antiguo Testamento va dejando asomar su rostro verdadero a través de la persona, las actitudes y acciones de Jesús. Dejará de ser el dios castigador, pera ser el verdadero Dios, fuente de amor y compasión. Y esto sí es admirable y esto es lo que llega a nosotros, aunque, a veces, nos cueste creerlo.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: