Teresa nació en Ávila el 28 de marzo de 1515. A los dieciocho años, entra en el Carmelo y a los cuarenta y cinco años, para responder a las gracias extraordinarias del Señor, emprende una nueva vida cuya divisa será: «O sufrir o morir».
El evangelio de esta semana nos interpela de una forma muy directa y espera nuestra respuesta. ¿Somos fariseos que nos gusta ocupar lugares preferentes y ser saludados en público? ¿Exigimos a los demás comportamientos que nosotros no somos capaces de cumplir? Vamos ligeros de equipaje para anunciar el evangelio o nos cargamos de alforjas, dinero…? ¿Fingimos llevar una vida religiosa correcta pero por dentro vivimos otra cosa? ¿Nos decimos Caballeros Templarios, se nos llena la boca de palabras y frases bonitas, heroicas, llamamos hermanos a los demás, pero vivimos realmente estos valores o es todo hueco?
Nunca es tarde para “volver a nacer” como nos dice San Juan, referente del Temple. Esta semana tenemos la oportunidad, como Santa Teresa, de volver a nacer, de pararnos unos minutos a repasar y hacer una reflexión de nuestra vida. Se nos da la oportunidad de reorientarla.
Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte.
Jesús les preguntó: ¿qué queréis que haga por vosotros?
Le dijeron: concédenos que nos sentemos junto a ti en tu gloria: el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.
Jesús les respondió: No sabéis lo que estáis pidiendo. ¿Podéis vosotros beber la misma copa de amargura que yo estoy bebiendo o ser bautizados con el mismo bautismo con que yo estoy siendo bautizado?
Ellos contestaron: ¡Sí podemos hacerlo!
Jesús les dijo: Pues bien, beberéis de la copa de amargura que yo estoy bebiendo y seréis bautizados con mi propio bautismo, pero que os sentéis el uno a mi derecha y el otro a mi izquierda no es cosa mía concederlo; es para quienes ha sido reservado. Cuando los otros diez discípulos oyeron esto, se enfadaron con Santiago y Juan.
Entonces Jesús los reunió y les dijo: Como muy bien sabéis los que se tienen por gobernantes de las naciones las someten a su dominio y los que ejercen poder sobre ellas las rigen despóticamente. Pero entre vosotros no debe ser así. Antes bien, si alguno quiere ser grande, que se ponga al servicio de los demás y si alguno quiere ser principal que se haga servidor de todos. Porque así también el Hijo del hombre no ha venido para ser servido sino para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos.
Jesús les anuncia por tercera vez su pasión. Sin embargo los discípulos sordos nuevamente a sus palabras, siguen pensando en su entronización, Jesús Rey, y por lo tanto le solicitan posteriores privilegios y poderes mundanos. La miseria humana.
Ser cristiano significa ser y vivir para otros. El Reino de Dios no es otra cosa que compasión, amor y entrega a los demás. Cuanto más me entrego a los demás soy más cristiano, y dejo de serlo cuando me aprovecho de otros
Señor, nos has enseñado que es posible vivir sirviendo a los demás, hacer de nuestra vida donación hacia otros, pero nos resistimos. Hacemos lo que nos place, no queremos perder nuestra vida. No somos capaces de beber la copa que Tú bebiste.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: