Las parábolas de toda esta semana están relacionadas con lo efímero de nuestra vida y por lo tanto con la muerte. Nos hablan del hombre rico que obtuvo una gran cosecha y pensaba qué hacer con ella, sin tener en cuenta que moriría esa misma noche, o del criado que espera listo la llegada del amo para abrirle cuando llame, o el amo de la casa que no sabe cuándo llegará el ladrón. Jesús nos quiere hacer ver que Dios es el único amo de la vida, que lo sabio es hacerse rico a los ojos de Dios, que “vigilar” es un estilo de vida, es no instalarse, es vivir en una esperanza de vida, es mantenerse en constante búsqueda.
Jesús prepara a sus discípulos contra las falsas seguridades que nos ofrece este mundo. Nos invita a vivir el momento actual, sin miedos ni obsesiones. Por otra parte, esta semana también Jesús trae un discurso de amor que provoca rechazo y odio por parte de quienes mantienen una falsa paz y se benefician de un orden social injusto. Jesús quiere provocar en nosotros, como la semana pasada, un sentimiento que nos invite a pararnos, pensar y discurrir con inteligencia y sentido común. ¿Me detengo y analizo si estoy en el camino que Dios quiere para mí? ¿Estoy preparado para recibir a Dios si me llama esta misma noche?
En esto llegaron a Jericó. Y más tarde, cuando Jesús salía de allí acompañado de sus discípulos y de otra mucha gente, un ciego llamado Bartimeo (es decir, hijo de Timeo) estaba sentado junto al camino pidiendo limosna. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret quien pasaba, empezó a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!
Muchos le decían que se callara, pero él gritaba cada vez más: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!
Entonces Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo.
Llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza, levántate, él te llama.
El ciego, arrojando su capa, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le preguntó:¿Qué quieres que haga por ti?
Contestó el ciego: Maestro, que vuelva a ver.
Jesús le dijo: Puedes irte. Tu fe te ha salvado. Al punto recobró la vista y siguió a Jesús por el camino.
Jesús sigue instruyendo a sus discípulos, pero ellos no comprenden, siguen ciegos. Se trata de una ceguera que sólo puede curar Jesús.
Cada uno de nosotros somos Bartimeo. Estamos ciegos. Seguimos ansiando poder, honores, y bienes mundanos, valores principalmente anticristianos.
Señor, estoy ciego. Como Bartimeo permanezco cómodamente sentado al borde del camino pidiendo limosna. Permanezco impasible escuchando parte de tu mensaje, no profundizo, no busco una visión total. Me basta con lo superficial y con una visión parcial, es decir, con cierta ceguera. Me siento débil, necesitado, y a la vez rebelde.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: