Esta semana celebramos la festividad de Nuestra Señora del Pilar, Fiesta Nacional. Patrona de Zaragoza, Aragón y de la Guardia Civil entre otros muchos cuerpos.
La tradición, según documentos del siglo XIII que se conservan en la catedral de Zaragoza, se remonta a la época inmediatamente posterior a la Ascensión de Jesucristo, cuando los apóstoles predicaban el Evangelio. Se dice que, el Apóstol Santiago el Mayor, hermano de San Juan e hijo de Zebedeo, predicaba en España. Santiago obtuvo la bendición de la Santísima Virgen para su misión. Los documentos dicen textualmente que Santiago, "pasando por Asturias, llegó con sus nuevos discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, el territorio que se llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas del Ebro.
En la noche del 2 de enero del año 40 DC, Santiago se encontraba con sus discípulos junto al río Ebro cuando "oyó voces de ángeles que cantaban Ave, María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol". La Santísima Virgen, que aún vivía, le pidió al Apóstol que se le construyese allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió que "permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio". Desapareció la Virgen y quedó ahí el pilar. El Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron a edificar una iglesia en aquel lugar. Antes que estuviese terminada, Santiago la consagró y le dio el título de Santa María del Pilar, antes de regresar a Judea. Fue la primera iglesia dedicada a la Virgen Santísima.
Iba Jesús de camino, cuando vino uno corriendo, se arrodilló delante de él y le preguntó: Maestro bueno, ¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?
Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas “bueno”? Nadie es bueno, sino solamente Dios. Ya conoces los mandamientos: no matarás, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, no engañes a nadie; honra a tu padre y a tu madre.
El joven respondió: Maestro, todo eso lo he guardado desde mi adolescencia.
Jesús entonces, mirándolo con afecto le dijo: Una cosa te falta: ve, vende cuanto posees y reparte el producto entre los pobres. Así te harás un tesoro en el cielo. Luego vuelve y sígueme.
Al oír esto se sintió contrariado y se marchó entristecido, porque era muy rico. Entonces Jesús, mirando a su alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! Los discípulos se quedaron asombrados al oír estas palabras. Pero Jesús repitió: Hijos míos, ¡qué difícil va a ser entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una agua que para un rico entrar en el Reino de Dios. Con esto los discípulos quedaron todavía más sorprendidos, y se preguntaban unos a otros: En ese caso ¿quién podrá salvarse?
Jesús los miró y les dijo: Para los hombres es imposible, pero no lo es para Dios, porque para Dios todo es posible. Pedro le dijo entonces. Tú sabes que nosotros hemos dejado todo para seguirte. Jesús le respondió: Os aseguro que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o tierras por causa mía y de la Buena Noticia y no reciba en este mundo cien veces más en casas, hermanos, madres, hijos y tierras, aunque todo ello sea con persecuciones , y en el mundo venidero la vida eterna.
Nueva lección de Jesús. Aprovecha la pregunta de un hombre cumplidor y piadoso para darnos una nueva catequesis. Salir de nuestra propia vida y responsabilizarnos de la vida del pobre.
Jesús es duro y desconcierta a sus discípulos, incluso seguro que les hace dudar, pero a la vez les confirma que van por buen camino, que recibirán ciento por uno.
Señor, tú nos creaste hijos tuyos para que seamos el uno para el otro como hermanos, para que nos ayudemos y alentemos en el camino de la vida.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: