Domingo de Ramos. La gente se agolpaba en las calles aclamando al Señor. Sin embargo días después aclaman su crucifixión. La contradicción humana y el miedo. Como Caballeros Templarios debemos reflexionar individualmente si en aquel momento hubiéramos asistido en primera fila a la exaltación de Cristo en su entrada en Jerusalén, con nuestros mantos, exhibiendo nuestra condición, y una semana después hubiéramos hecho lo mismo saliendo en su defensa ante su condena a muerte, jugándonos la vida, o si por el contrario, como le pasó a Pedro, hubiéramos escondido nuestros mantos y nuestra condición, y lo hubiéramos negado y traicionado. Es una reflexión muy personal y profunda que nos debemos hacer ya que cada día de nuestra vida realizamos actos en los que participamos de dicha exaltación y a la vez de dicha condena y traición. Nuestros actos muchas veces no reflejan nuestras palabras. Decimos una cosa pero actuamos de otra ante el miedo, la vergüenza, las falsas excusas etc… Estamos en una Europa que se descristianiza poco a poco, nuestras iglesias se vacían, parece como si el mensaje de Jesús hubiera quedado trasnochado y no fuera de aplicación, y somos incapaces de hacer nada. Sólo nos criticamos los unos a los otros, queriendo volver al pasado e imponer nuestras creencias, recuperar nuestras tradiciones etc…, pero eso no se consigue con la fuerza y la imposición. Hacerlo sería una imponer una falsa fe. La mayor cruzada que tenemos que librar en estos momentos, y seguramente mucho más complicada que la llevada en su día por las armas y la imposición, es expandir y defender la fe desde la compasión, el amor, el contagio a un estilo de vida, la fraternidad universal, el mensaje de Jesús. Nueve fueron los primeros Caballeros Templarios que iniciaron todo un movimiento que se extendió por el mundo. Ahora somos muchos más. ¿Cómo es posible que no seamos capaces de cambiar el mundo? ¿Cómo es posible que no seamos capaces de cambiar ni tan siquiera nuestro entorno más cercano? Amigos, familia, parroquia, trabajo, comunidad… ¿Qué no estamos haciendo bien? ¿Somos verdaderos Caballeros Templarios y cristianos comprometidos, o lo somos sólo de imagen y boquilla?
En aquel tiempo, Jesús iba hacia Jerusalén, marchando a la cabeza. Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles: —Id a la aldea de enfrente: al entrar encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: «¿Por qué lo desatáis?», contestadle: «El Señor lo necesita». Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron: —¿Por qué desatáis el borrico? Ellos contestaron: —El Señor lo necesita. Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos, y le ayudaron a montar. Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos. Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los milagros que habían visto, diciendo: —¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto. Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: —Maestro, reprende a tus discípulos. Él replicó: —Os digo, que si estos callan, gritarán las piedras.
Jesús aparece como protagonista e inicia un camino de entrega total que terminará en la cruz. Él lo sabe y sin embargo se vacía amorosamente en un sacrificio total.
Nosotros pensamos que una persona se viste de dignidad cuando actúa libremente, y que la pierde en la medida que asume incondicionalmente la voluntad del otro.
Jesús, Tú siendo Dios no te resististe ni quisiste imponer tu mensaje a nadie. Hablabas desde la autoridad de tus palabras, tu mensaje y tus obras, no desde el poder de la fuerza y la imposición.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: