Esta semana Jesús insiste con su mensaje del juicio y el perdón en el pasaje de la mujer adúltera. Se enfrenta así a los fariseos, a los expertos en dogmas, preceptos y leyes religiosas, a quienes cargan pesado fardos en los hombros de la gente. Las conclusiones que podemos extraer son: que ningún hombre está cualificado para juzgar a otro, que Dios no condena a nadie sino que el hombre se condena a sí mismo, y que Dios perdona. Jesús nos recuerda que la Justicia pertenece a Dios, y El, siendo Hijo de Dios, no juzga ni condena. Este episodio nos enseña que debemos ser muy prudentes en nuestros juicios, y no emitir condena, ya que entonces nos volvemos más culpables que la persona a la que condenamos, porque pretendemos suplir a la Justicia de Dios, y eso es la máxima soberbia. Debemos aprender a practicar la Justicia para ser justos. Primero aprendemos a no emitir juicios y juzgar. Ahora debemos aprender a implantar la Justicia en nuestra vida. No la justicia de los hombres sino la de Dios. Seremos justos cuando cumplamos con su voluntad, y por lo tanto deberemos descubrir en qué consiste su voluntad. Por lo tanto Justicia debe ser el pleno acuerdo entre tu pensamiento, tu palabra y tu acción, con la voluntad del Padre, y ésta es que cumplas cada día mejor con su servicio, con la misión que te ha confiado. La voluntad del Señor es la Justicia misma. Comencemos por corregir nuestros fallos, descubrir cuál es nuestra misión, y luego por aumentar el servicio a la Obra de Dios, porque eso es la Justicia.
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?" Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra". E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: "Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?" Ella respondió: "Nadie, Señor". Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más".
Los maestros de la ley se desviven por el cumplimiento de las leyes. Para ellos, el cumplimiento de las normas lleva a la vida, pero la realidad es que deshumaniza a las personas. Es el pensamiento del “yo controlo mi salvación”. Si cumplo estas normas, preceptos y obediencias me salvo, si no me condeno y mediante el perdón equilibro la balanza. Queremos sustituir a Dios en nuestro propio juzgar.
Cuando Jesús desvela el pecado de los acusadores y perdona a la mujer adúltera devolviéndole su dignidad, demuestra que el ser humano está por encima de toda ley. Dios quiere liberarnos y salvarnos, no juzgarnos y condenarnos.
Jesús, viniste a este mundo para olvidar el pasado y ver un mundo nuevo. Basta de yugos que esclavizan a la gente. Nosotros nos aferramos a continuar como antes, con leyes, normas, preceptos, exclusiones, encasillamientos, juicios…
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: