Todavía resuena aquella manifestación de pobreza y humildad del misterio de
Navidad. Porque Navidad no podía ser sino la puerta de entrada de Cristo que
venía a instalar el Reino de Dios, Reino de pobreza y de humildad, porque es
esto lo que nos revela cómo es Dios. Dios es amor, y el amor es humilde y no
busca su provecho, sino el de aquél que ama. Y el Hijo de Dios se rebajó, se
hizo hombre y murió pobre, de la manera más ignominiosa, en manos de los
poderosos, por nuestro amor. Pero el Padre confirmó su mensaje y su vida
sentándolo a su derecha.
No es, pues, nada extraño que el fundamento del mensaje del Reino sean las
Bienaventuranzas, que resumen la forma de vida que Dios quiere que vivamos
los hombres. Una forma de vida totalmente contraria al ideal de vida que los
hombres siempre han querido construir y proponer.
Hoy tenemos un texto profético que nos predice: Buscad al Señor los
humildes. Y San Pablo dice a los cristianos de Corinto: Dios ha escogido lo
que no cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en la presencia del Señor.
El que se gloríe, que se gloríe en el Señor.
Las bienaventuranzas nos hablan de pobreza, de humildad, de bondad, de
pasar hambre, de estar tristes, de ser compasivos, de tener el corazón limpio,
de poner paz y de ser perseguidos por el nombre de Cristo. Valores que el
mundo desestima.
¿Por qué esa insistencia de la Palabra de Dios? Sencillamente, porque es lo
que nos ha venido a revelar a Cristo que nos trae la voluntad de Dios. Él no
hacía sino revelar al Padre. Quien me ve a mí, ve al Padre. Yo no hago sino lo
que me dice el Padre. Y, de hecho, la trayectoria de la vida de Cristo está
marcada por el camino de la pobreza y de la humildad: empieza a predicar, no
en grandes ciudades, sino en las aldeas de Galilea, elige a colaboradores de
entre la gente sencilla, ignorante, pobre. Él mismo fue un trabajador hasta que
inició el ministerio de la predicación del Reino. Nunca quiso hacerse de ningún
movimiento social o político, ni ser proclamado profeta, o rey. Venía sólo a dar
testimonio de la verdad, de la voluntad del Padre de salvar a los hombres. Su
poder era hacer el bien a los desamparados, perdonar pecados, liberar de
demonios, conducir al Padre. Fue la imagen del Padre, reveló el Reino del
Padre.
Si queremos ser discípulos de Cristo, sigamos, pues, sus huellas: Porque el
que ama la vida, la perderá, y el que la pierde por mí, la recobrará. ¿Qué
ganaríamos de tener todos los bienes del mundo si perdiéramos la vida?
Sigamos, pues, la pobreza, la humildad, la bondad, el amor desinteresado,
busquemos servir a los demás. Y, quien quiera ser mayor, que se haga servidor
de todos. No existe un camino más seguro. Dios nos lo recompensará. Nos
dirá:” Venid, bendecidos de mi Padre, entrad en el Reino que os estaba
preparado desde la creación del mundo”.
Hermano templario: revive este espíritu de las bienaventuranzas como camino
seguro que nos conduce al Padre, cumpliendo su voluntad como hizo el mismo
Jesús. Al fin y al cabo, nuestro ideal templario no es más que vivir el espíritu de
las bienaventuranzas (humildad, sencillez, pobreza…) haciendo de nuestra vida
entrega y donación por la causa del Reino de Dios al cual servimos.
¡Que tengáis una feliz semana!
NNDNN
+ Fr. Juan Antonio Sanesteban Díaz, Pbro.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: