Ser creyente es ser testigo de lo que “hemos visto y oído”. Pero esto no es fácil.
Ser testigo del Evangelio hoy nos cuesta. Preferimos la comodidad de nuestras iglesias, de
nuestras casas que salir a los caminos a Proclamar el Evangelio. El ambiente es hostil.
Pero no era más fácil en tiempos de Jesús. Cada época tiene sus propias
dificultades. ¿A qué convocamos? ¿Cómo lo hacemos? ¿Quiénes convocan? ¿Qué
ofrecemos? ¿Qué encuentran entre nosotros los jóvenes? ¿Qué hemos visto y qué
anunciamos y cómo?
Jesús, al comienzo de su tarea, al convocar a sus primeros seguidores, ha hecho
una llamada tajante: «Convertíos». Se dirige a todo el pueblo judío, ese pueblo que tantas
veces ha caminado «en tinieblas y en sombras de muerte» (primera lectura). Se trata de
una transformación a fondo de los creyentes... que permita que su mensaje evangélico sea
buena noticia y cale y sea acogido y transforme la realidad. Se trata de que mucho polvo
se había ido acumulando en la vivencia de la fe, llegando a ocultar el auténtico rostro de
Dios, a base de mirarse a sí mismos, a sus prácticas religiosas, a sus ideas... No miraban
a los pobres, a la injusticia, a las necesidades de las gentes, a tantos excluidos y
abandonados a su suerte... De todo ello se ocupará precisamente Jesús... pero quiere que
se le unan todos los posibles. Y para empezar hace falta un cambio de mentalidad
(convertíos).
Aquella llamada vale también para nosotros, a nuestro modo de ser Iglesia, de ser OSMTJ,
de ser comunidades creyentes. Ha escrito el Papa Francisco:
Necesitamos una Iglesia en movimiento capaz de agrandar sus horizontes,
midiéndolos no mediante la estrechez del cálculo humano, o con miedo a cometer
errores, sino con la gran medida del corazón misericordioso de Dios. No puede
haber una siembra fructuosa de vocaciones si permanecemos simplemente
cerrados en el cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”, sin ser
audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo
y los métodos evangelizadores de las propias comunidades (Ex. ap. Evangelii
gaudium, 33).
Hemos de aprender a salir de nuestras rigideces, que nos hacen incapaces de
comunicar la alegría del Evangelio, de las fórmulas estandarizadas que a menudo
resultan anacrónicas, de los análisis preconcebidos que encasillan la vida de las
personas en fríos esquemas. Salir de todo eso. Estamos llamados a una pastoral
del encuentro, y dedicar tiempo a acoger y escuchar a todos, especialmente a los
jóvenes. (Papa Francisco, Octubre ‘16)
No se trata de que acudan a misa por la fuerza, o presionarles para que se
confirmen o se casen por la Iglesia o bauticen a sus hijos... cuando son persona que
apenas viven su fe. Se trata de que nosotros hagamos una buena «limpieza». Lo esencial
y lo que no necesita reformas es Jesús y su Evangelio: ese pasar haciendo el bien, el
acercarnos a curar toda dolencia, el poner nuestra atención en esos hombres, dejando a
un lado redes, barcas y lagos conocidos. Como Jesús -me gustan los verbos usados por el
Papa- salir al encuentro, acoger, escuchar, comprender... y dejarse cuestionar.
No pocas veces nos hemos considerado «propietarios absolutos de la verdad». Y
eso nos ha impedido el encuentro, por ejemplo, con nuestros hermanos de las iglesias
separadas, y nos hemos enzarzado en asuntos muy poco esenciales, pero que nos han
llevado a la división. Esto ya pasaba en la Iglesia de Corinto. Pedía San Pablo: «Estad
bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir... cada cual anda diciendo: «Yo soy
de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas..». Como si dijéramos hoy: Yo soy de Juan
Pablo II, yo soy de Benedicto, yo soy de Francisco, yo soy de este movimiento, a mí me va
este cura y los demás... no mucho.... Estas cosas no convocan a nadie.
No hacen falta comentarios. Subrayo las palabras del Papa: «Salir de nuestras
rigideces, que nos hacen incapaces de comunicar la alegría del Evangelio, de las fórmulas
estandarizadas que a menudo resultan anacrónicas»... No pocas veces son los propios
hermanos -seguramente con su mejor buena voluntad- los que apagan cualquier cosa que
suene a cambio, a salirse de lo de siempre.
Hermano Templario: El pueblo que camina en tinieblas hoy necesita de nuevo
una gran luz. Y a nosotros nos toca «despertar», espabilarnos y salir de nuevo a las
periferias, a los lagos, a los pueblos, a los caminos, a donde están las gentes... y
escucharlos, y buscar con ellos ese «Reino de Dios» que está tan cerca. Y hacer
propuestas, y arriesgarnos y.... anunciar lo que hemos visto, experimentado, vivido...
NNDNN
+ Fr. Juan Antonio Sanesteban Díaz, Pbro.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: