Día 1 San José Obrero. Día 3 Felipe y Santiago apóstoles.
El evangelio de esta semana va muy dirigido a todos y cada uno de nosotros y hace un llamamiento a nuestra Orden del Temple. A lo largo de semanas anteriores hemos trabajado el mensaje de Jesús para interiorizarlo y hacerlo nuestro, para morir y renacer, para cambiar nuestra forma de vida. Es el mensaje de Jesús hacia el interior de cada uno de nosotros. Es el trabajo que hemos tenido que hacer, y que debemos seguir haciendo cada día, para poder proclamar el mensaje de Jesús. Sin hacer nuestro el mensaje y vivirlo sinceramente, difícilmente lo podremos poner en marcha. Predicad con el ejemplo. Esta semana hay un cambio radical. Jesús nos llama a todos y cada uno de nosotros a la misión, a expandir el mensaje hacia el exterior, a los demás. Debemos llevar un estilo de vida que contagie el mensaje de Jesús. Por otra parte nos invita a ser comunidad, iglesia, y por lo tanto hace referencia directa a nuestra Orden del Temple. Como comunidad templaria debemos contagiar el mensaje de Jesús, con la vivencia del mismo, con nuestro compromiso social, con nuestras obras, con nuestros actos, con nuestra forma de vida. Debemos llevar el mensaje de Jesús al exterior y contagiarlo, nunca imponerlo.
Después de estas cosas, se manifestó Jesús él mismo de nuevo a los discípulos junto al mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dice Simón Pedro: “Voy a pescar”. Le dicen: “Vamos también nosotros contigo”. Fueron y subieron a la barca; y en aquella noche no cogieron nada. Estando ya amaneciendo, se presentó Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Les dice entonces Jesús: “Muchachos, ¿no tenéis nada que comer?”. Le respondieron: “No”. Él les dijo: “Echad a la derecha de la barca la red y encontraréis”. Entonces la echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la cantidad de peces. Dice entonces aquel discípulo, a quien amaba Jesús, a Pedro: “Es el Señor”. Simón Pedro, al oír que era el Señor, se puso la túnica (porque estaba desnudo) y se echó al mar. Pero los demás discípulos fueron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, arrastrando la red de los peces. Al saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Les dice Jesús: “Traed de los peces que habéis cogido ahora”. Subió entonces Simón Pedro y arrastró a tierra la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran tantos, no se rompió la red. Les dice Jesús: “Venid y comed”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle ‘quién eres tú’, sabiendo que era el Señor. Viene Jesús, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos, una vez resucitado de entre los muertos. Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?”. Le dice: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Le dice: “Apacienta mis corderos”. Le dice de nuevo por segunda vez: “Simón de Juan, ¿me amas?”. Le dice: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Le dice: “Pastorea mis ovejas”. Le dice por tercera vez: “Simón de Juan, ¿me quieres?”. Se entristeció Pedro de que le dijera por tercera vez ‘¿me quieres?’ y le dice: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. Le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos, y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras”. (Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a dar gloria a Dios). Dicho esto, le dice: “Sígueme”».
Por tres veces Jesús pregunta a Pedro si le ama. Quiere escuchar su compromiso, en contraposición a las tres veces que le negó la semana pasada. A pesar de la negación de Pedro y el abandono de sus discípulos, Jesús no les guarda rencor. Se acerca nuevamente a ellos con afecto y cariño, entregándoles su amor. Nuevamente El Padre nos muestra el misterio de su pastoral que exige entrega y dedicación hasta dar la vida o entregar nuestra vida a ello.
Los discípulos se vieron solos tras la muerte de Jesús. Creían en Él pero su fe era débil. Tuvieron que unirse en las primeras comunidades para percibir y vivir la presencia de Jesús. Nos ocurre lo mismo hoy día. No podemos ser seguidores de Jesús viviendo aislados, en tinieblas. Necesitamos la comunidad, el rebaño, nuestra Orden, para percibir la presencia de Jesús y dejar que su Espíritu actúe en nosotros.
Jesús nos habla directamente a cada uno de nosotros como personas individuales y como Caballeros de La Orden del Temple. Nos asigna una porción de su pueblo para que lo apacentemos y lo pastoreemos.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: