Semana de Pascua. Al igual que Jesús muere y vence a la muerte resucitando, nosotros debemos tomar ejemplo y seguir sus pasos. Debemos morir, renunciando en esta vida a perseguir la gloria, la riqueza, el poder, aunque pueda parecer un fracaso. La mayoría de satisfacciones mundanas nos esclavizan y nos hacen adictos, y reportan a la larga un sabor amargo. Mantengámonos como guerreros y monjes, no permitiendo que pequeños placeres nos debiliten. La sobriedad y el ascetismo favorecerán nuestro equilibrio. No soñemos con la felicidad en lo material, ya que resulta ser una trampa, una prueba más que nos pone la vida. Busca todo lo contrario a lo fácil, es decir, la dificultad y la lucha, la superación, la ayuda al prójimo, la entrega, ya que fortalecerán tu espíritu. Abandona tus viejos conceptos caducos, sentimentalismos, supersticiones, creencias impuestas, obligaciones y normas que esclavizan. Destiérralos y libérate. Prepara tu resurrección. Haz algo cada día para renovar tu inteligencia. Adquiere el hábito de alimentar tu espíritu antes que tu cuerpo. Reafírmate en la práctica de actos espirituales. Reza frecuentemente en tu interior para permanecer vivo. Busca la luz en “La Palabra”. No olvidemos que se trata de una lucha larga y ardua. El verdadero conocimiento se alcanza por el esfuerzo, el trabajo, la lucha planificada y disciplinada. Se trata de una partida contra ti mismo. Tus armas son la voluntad, la fe y tu pensamiento. Si lo consigues alcanzarás un primer rayo de luz y habrás vencido a las tinieblas. Habrás ganado tu primera batalla y seguirás luchando, al saber que eres capaz de vencer a las tinieblas. Con la Luz sentirás la fuerza del Espíritu Santo en ti. Muriendo y resucitando llegaremos a ser verdaderos Caballeros Templarios.
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Jesús le dice: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído». Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.
El miedo y la cobardía es lo que nos impide anunciar a Jesús. Necesitamos del Espíritu de Dios para ser fortalecidos y salir en misión. El mensaje de Jesús es que el amor y la entrega hasta el final son el secreto de la alegría del Reino.
Debemos discernir qué camino seguir. La aceptación o el rechazo de amor de Dios hecho hombre en su Hijo Jesús. El Don de la libertad para elegir es nuestro mayor enemigo. En función de nuestra decisión encontraremos la liberación o la auto condenación. No es Dios quien nos condena, somos nosotros mismos quienes con nuestras actuaciones nos auto esclavizamos, auto juzgamos, y auto condenamos.
Jesús, infunde tu Espíritu en mi corazón y en mi entendimiento para que camine en tu senda. Libérame del miedo y la inseguridad.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: