Dicen que el culmen del mensaje evangélico está recogido en estas palabras:
«amad a vuestros enemigos...para que seáis hijos de vuestro Padre celestial». Sería
lo más difícil que se puede pedir al hombre.
La palabra «enemigo» es una palabra fuerte, y seguramente la usemos pocas veces
referida a alguien concreto. No pocos dirían tranquilamente: «Yo no tengo enemigos».
Ciertamente un enemigo es alguien que no nos quiere bien, que nos rechaza, que
busca hacernos daño, que nos tiene declarada la guerra, que nos hace sentirnos
incómodos en su presencia, que están en contra de nosotros, que nos han provocado
algún tipo de heridas.
Sin entrar en descripciones, y de manera breve, podríamos enumerar a los que nos
hacen sentir incómodos, mal: El otro, es decir, el que tiene distinto carácter, criterios,
ideas, intenciones... y procura imponerlas; el adversario, que me hace la competencia en
mi trabajo o entre los amigos, que se sitúa en el otro bando, que me lleva por sistema la
contraria, que intenta ponerse por encima, salirse con la suya; el pesado que me quita
tiempo, que me repite las cosas ochenta veces, que es inoportuno, que quiere vencerme o
humillarme... me cansa, me aburre, me agota; el chismoso que va haciendo comentarios
a mis espaldas, que me desprestigia, me critica, y me pone verde; el hipócrita que tiene
varias caras y ocultas intenciones; el antipático, el que me cae mal y es «borde» conmigo;
el arrogante, el aprovechado, el celoso, el que me la ha jugado, el que me ha dejado
«colgado» cuando más lo necesitaba, aquel que tiene posturas, decisiones, opciones que
están totalmente en contra de mis más profundas convicciones y creencias...
A todos estos, en distintos grados, nos resulta muy difícil amarlos. Preferimos
evitarlos, que no anden por medio, que estén cuanto más lejos mejor. Pero SI andan
cerca, nos sale muy espontáneamente el tratarlos -como poco-, de forma desagradable,
poco amable. Nos salen espontáneamente palabras, actitudes, gestos violentos...
El caso es que -quizá sin darnos mucha cuenta-, les estamos damos
«poder» sobre nosotros, les «permitimos» que nos hagan sentir mal, nos llenamos de su
basura, que decidan cuál debe ser nuestro estado de ánimo, actitudes, comportamientos...
Y entramos en una espiral de violencia, reproches... que no termina nunca, y que hace que
todo vaya peor. Y nos hace daño sobre todo a nosotros mismos: la ira, el rencor, la
venganza, las ganas de revancha...
Jesús nos dice que tenemos que amarlos y rezar por ellos. Y nos pone por
delante su propio ejemplo: Al apóstol que lo ha vendido, cuando le besa/traiciona en el
Huerto, todavía le llama «amigo». Aún más «fuerte»: Desde la cruz, a los soldados que le
clavan, insultan, que se burlan... los perdona y ¡los disculpa!: «No saben que lo que
hacen».
Esta manera de reaccionar de Jesús, no tiene justificación desde planteamientos,
razonamientos y esfuerzos humanos. Sólo si anda Dios por medio se puede entender que
un ser humano sea capaz de amar y disculpar a quien le traiciona y le mata. Por eso
rezamos por ellos, para que la "oración" que elevamos al cielo, nos una con el Señor,
purifique nuestra mente y corazón de pensamientos y sentimientos dictados por la lógica
de este mundo y nos permita ver al malvado con los ojos de Dios, que no tiene enemigos.
Habrá que contar, por tanto, mucho, muchísimo, con la ayuda del Dios de la misericordia.
MIERCOLES DE CENIZA. COMIENZA LA CUARESMA
La Cuaresma, tiempo de preparación interior a la conmemoración de la Muerte y
Resurrección de Cristo, comienza con el Miércoles de Ceniza.
Este día cae en diferentes fechas año a año, de acuerdo a la fecha móvil de Pascua.
Puede acontecer entre el 4 de febrero y el 10 de marzo. Este año, 2023, el Miércoles
de Ceniza es el 22 de febrero.
Que la Cuaresma dure 40 días es una costumbre que se fijó en el siglo IV. Siguiendo la
tradición, en los siglos VI-VII cobró gran importancia el ayuno como práctica
cuaresmal.
Pero no es práctica habitual ayunar en domingo -por tratarse del día del Señor- por lo
que se adelantó el inicio de la Cuaresma al miércoles.
En la imposición de la ceniza, el sacerdote traza una cruz sobre la frente de los fieles,
mientras repite las palabras "Conviértete y cree en el Evangelio" o "Recuerda que
polvo eres y en polvo te has de convertir", para recordarnos que nuestro lugar
definitivo es el Cielo.
El uso de la ceniza para simbolizar penitencia es antiguo: los judíos, por ejemplo,
acostumbraban a cubrirse de ceniza cuando hacían algún sacrificio, al igual que
los ninivitas.
También en los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir
el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se ponían ceniza en la cabeza y
se presentaban ante la comunidad vestidos con un "hábito penitencial". Esto
representaba su voluntad de convertirse.
En la Iglesia católica esta tradición perdura desde el siglo IX y existe para recordarnos
que, al final de nuestra vida, sólo nos llevaremos aquello que hayamos hecho por Dios
y por los demás hombres.
ORACION, AYUNO Y CARIDAD son las palabras clave que siempre
acompañan a la Cuaresma. Tres elementos indispensables para removernos
por dentro, para ir a la esencia, buscar a Dios con todo el corazón e ir al
encuentro de nuestros hermanos.
Hermano templario: No dejes escapar la ocasión que te brinda este
tiempo de Gracia, vívelo con ilusión, con ganas de ser mejor, y sobre todo con
la confianza puesta en Dios. Esta puede ser la mejor Cuaresma de tu vida….
Tu sólo conviértete y cree en el Evangelio…
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: