No suelen resultarnos muy atractivos pasajes evangélicos como el de
hoy. Es frecuente que nos sintamos incómodos con las prohibiciones, las
órdenes, las obligaciones... incluso aunque puedan ser razonables y
recomendables o necesarias. Este tiempo de pandemia nos ha mostrado
muchas veces a quienes se «saltaban» las instrucciones de las autoridades
(sanitarias o civiles) como una «limitación» a su santa libertad. Incluso aunque
pusieran en riesgo, no ya su bienestar, sino el de otros.
Dios presentó a Israel los Diez Mandamientos como garantía y como
«camino» para que pudieran conservar la libertad tan duramente conquistada
en su peregrinación por el desierto, y como claves necesarias para evitar
conflictos, divisiones y problemas que rompieran con la unidad y entendimiento
como pueblo suyo. Incluidos los tres primeros, que conviene leerlos en esa
clave de no someterse a nada ni a nadie, y reservarse espacios de encuentro
familiar, comunitario, religioso, sin ataduras laborales ni de ningún otro tipo.
La Ley revelada a Moisés en el Sinaí no era, sin embargo, la palabra
definitiva de Dios. Se la consideraba eterna e irrevocable, era un dogma
rabínico, pero en algunos de sus textos hablan de la futura "Ley del Mesías",
que sería como una profunda y definitiva interpretación de la Ley de Moisés. El
Mesías -pensaba el judaísmo- aportaría la luz para comprender finalmente toda
la riqueza de los pensamientos ocultos de la Torah (Ley).
Jesus llegaría a dar plenitud a la Antigua ley con las Bienaventuranzas. El
Sermón del Monte no es Ley sino Evangelio. Esta es la diferencia entre la Ley y
el Evangelio: la Ley deja a la persona con sus propias fuerzas, le pone
preceptos que ha de esforzarse en cumplir, le amenaza, le premia, le exige
esforzarse …; el Evangelio la coloca ante el don de Dios, le hace conocer a un
Padre, le convierte en hijo, lo cambia por dentro … y ya no tiene que mandarle
nada. El observante de la ley vive pendiente de la ley y pregunta por las obras
que hay que hacer, cuándo y cómo las tiene que hacer. El que vive la gracia del
evangelio no pregunta por las obras que hay que hacer porque antes de que se
lo pregunten ya están hechas, porque se ha adelantado el amor. El que vive
bajo la ley es un esclavo, El que vive en la gracia es un hombre libre. La ley de
Jesús fue ésta: «Yo hago siempre lo que al Padre le agrada».
Hermano Templario:
1.- ¿Estás en la ley o en el Evangelio? ¿Has descubierto el gozo de obrar por
amor?
2.- ¿Estas convencido de que, si no amas no cumples ninguna ley cristiana?
3.- Te horroriza el aborto y en estos días más que nunca pero… ¿y los niños
que vienen a la vida y los dejamos morir de hambre?
¡Qué tengas una feliz y bendecida semana!
NNDNN
+ Fr. Juan Antonio Sanesteban Díaz, Pbro.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: