La Cuaresma es el tiempo favorable para reavivar nuestras relaciones
con Dios y con los demás; para abrirnos en el silencio a la oración y a
salir del baluarte de nuestro yo cerrado; para romper las cadenas del
individualismo y del aislamiento y redescubrir, a través del encuentro
y la escucha, quién es el que camina a nuestro lado cada día, y volver
a aprender a amarlo como hermano. (Papa Francisco)
Podríamos decir con nuestro lenguaje de hoy que Jesús se toma tiempo para un retiro,
para unos ejercicios espirituales.
El desierto en la cultura judía está lleno de resonancias y recuerdos. Es el lugar
físico en el que un numeroso grupo de esclavos, de hombres deshumanizados,
desenraizados, aprenden a caminar con otros, aprenden a ser Pueblo unido, y aprenden la
libertad. Y especialmente aprenden a conocer, aceptar y fiarse de Dios. Tiempo, sudor y
lágrimas les costó.
Pero además de ser un lugar físico, es también una situación vital, de encuentro
consigo mismo, de revisar y reorientar la vida. Es un tiempo para discernir, para tomar
decisiones, para preguntarse hacia dónde camino y con quién. Y en este «con quién»
habría que incluir a las personas, a la comunidad creyente y al mismo Dios: ¿Qué pintan
realmente en mi vida?
También el desierto puede ser ese «lugar» en el que a veces nos pone la vida.
Cualquiera de nosotros podría describir momentos vitales en que se ha encontrado con el
corazón hecho un desierto, donde parece que nada vivo puede surgir, donde se han
resecado los mejores sentimientos, donde el sol de la vida lo ha dejado todo bastante seco
y agrietado.
Es también un desierto el estado de ánimo que nos queda cuando alguien muy
querido para nosotros deja de estar a nuestro lado, porque la vida lo lleva a otro lado,
porque hubo un malentendido, o porque su vida se apagó para siempre.
Puede ser tiempo de desierto ese día en que hacemos silencio en nuestro interior, y
nos preguntamos qué estamos haciendo, qué hemos hecho, cómo estamos viviendo... y
nos da la sensación de que nos hemos equivocado grandemente, y a lo mejor no sabemos
decir dónde estuvo el error, o cómo corregirlo.
Y es tiempo de desierto cuando nos sentimos tremendamente solos al asumir alguna
responsabilidad, algunas decisiones, algunas opciones, que otros no comparten, o ni
siquiera entienden, o que desconocen.
Con estas pistas ya podemos poner contexto al Evangelio de hoy. Nos ha dicho el
Papa en su mensaje de este año: En este tiempo litúrgico el Señor nos toma consigo y nos lleva
a un lugar apartado. Aun cuando nuestros compromisos diarios nos obliguen a permanecer allí
donde nos encontramos habitualmente, viviendo una cotidianidad a menudo repetitiva y a veces
aburrida. Debemos dejarnos conducir por Él a un lugar desierto y elevado. Un camino cuesta
arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración .
Hermano Templario: vayamos al desierto con el Señor. O contemos con el Señor
en nuestro desierto personal actual. Hagamos silencio interior y exterior y sintamos con
mas fuerza que nunca la presencia de un Dios Padre que no nos deja solos ante la
tentación.
NNDNN
+ Fr. Juan Antonio Sanesteban Díaz, Pbro.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: