"No lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba" Este episodio de los Hechos de los Apóstoles nos presenta -tras la unción de los siete discípulos como Diáconos para la ayuda de los Apóstoles-, hombres de profunda fe y respetados en la comunidad. Uno de ellos, Esteban, iluminado por el Espíritu, predicaba y realizaba grandes prodigios. Esta situación provocó que unos cuantos de la sinagoga de “los libertos” -que eran descendientes de los que Pompeyo esclavizó y llevó a Roma en el 63 a. C., y que, tras su liberación, habían recibido una cierta educación helenística y procedían de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia-; al no poder rebatir la sabiduría y espíritu con que hablaba Esteban, comenzaron a difamarle y, buscando falsos testigos, lo denunciaron ante el Sanedrín, pero él, ante los miembros del Consejo, permaneció tranquilo y su rostro se iluminó como a Moisés cuando bajó del Sinaí, pareciéndoles que fuera el rostro de un ángel. Cuantas veces, cuando no se tienen argumentos para rebatir una verdad evangélica, se recurre a la difamación y la calumnia y, mucho peor, cuando éstas proceden de tu mismo ámbito religioso. ¡Qué difícil es aceptar que el otro tiene razón! Nos creemos que nuestros argumentos son los verdaderos y, ni tan siquiera, intentamos escuchar los argumentos de los demás. Nuestra reacción es desacreditar al contrario, sin pararse a pensar en las consecuencias de nuestros actos y en el daño que podemos producir. En el caso de Esteban finalizó en el martirio, siendo lapidado por sus propios conciudadanos, porque no supieron o no quisieron asumir las verdades con las que les habló en el desigual juicio. Él fue fiel y constante en su fe y cumplió lo que nos dice el salmo 118: “Dichoso el que camina en la ley del Señor. Apártame del camino falso y dame la gracia de tu voluntad” "Trabajad no por el alimento que perece, sino por el que perdura para la vida eterna" Jesús, el día anterior al fragmento que hemos contemplado, había bendecido los cinco panes y dos peces, con los que alimentó a la multitud que lo seguía y que habían acudido a escucharlo. La gente, admirada, pretendía, según Juan, hacerlo rey, pero Él se escabulló y se retiró a orar; los discípulos tomaron una barca para dirigirse a Cafarnaúm, soplaba un viento fuerte que encrespó el mar. En plena tormenta ven a Jesús andando sobre el mar acercándose, tuvieron miedo, pero Él les tranquilizó: “Soy yo, no temáis”, y enseguida tocaron tierra. La gente buscaba a Jesús y al final lo encontraron en Cafarnaúm enseñando, y le preguntaron que cómo había llegado allí. La respuesta de Jesús fue taxativa: “me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis hasta saciaros”, como reprochándoles que les interesaba más la satisfacción de sus necesidades materiales, que lo que realmente significaba el signo del que habían sido testigos; por eso les invita a que trabajen no por el alimento perecedero, sino por el que permanece y da la vida, insistiendo en el sentido eucarístico del pan que comieron. Jesús con este dialogo está orientando a aquellos que le escuchan y le buscan, para que nos olvidemos de nuestros intereses materiales mundanos y transformemos nuestra vida para tener como meta el adherirnos totalmente a Él, como enviado del Padre, lo cual nos llevará a una auténtica plenitud y así poner a disposición de nuestros semejantes, todo el potencial de humanidad que llevamos en nuestro interior. Muchas veces cerramos los ojos a los signos que Dios pone ante nosotros, y nos interesa más ocuparnos de lo inmediato, que de lo realmente transcendente. San Atanasio no cerró sus ojos, se dejó empapar de la gracia de Dios, y dedicó su vida a la predicación de la Buena Noticia, y luchar fervientemente contra el arrianismo. ¿Estamos abiertos a las opiniones de los demás? ¿Ante lo que es contrario a lo que pensamos, respondemos desacreditando? ¿Nos importa más lo transcendente o lo meramente inmediato y material? Estos Evangelios y reflexión han sido extraídos de “Dominicos”, hecho público en  Dominicos
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: