Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 17-27
Creemos en la vida del mundo futuro ..."Y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor". El Apocalipsis es el libro de nuestra esperanza. Al apóstol San Juan le fue revelado el futuro de los hombres y ese futuro es la Vida Eterna en la presencia de Dios. A veces su lectura nos puede parecer complicada, incluso nos causa temor pero a poco que leamos con el corazón veremos que es una muestra de la Misericordia del Padre: ese "mundo futuro" que recitamos en el Credo es un mundo en el que la pena no existe, el llanto ha sido desterrado y la muerte vencida por la Cruz de Cristo. Vivimos unos momentos muy duros, la pandemia hace que la muerte esté muy presente en nuestros días, la pérdida de familiares y amigos oprime nuestra alma y se hace difícil comprender qué está pasando. Por eso es necesario confiar plenamente en Dios, recordar que es Padre y como tal nos tiene reservado un futuro lleno de gracia y amor tal y como nos dice la Lectura de hoy: ..."Yo seré Dios para él, y él será hijo para mi" ¿Hay mayor consuelo para nuestro dolor actual? Los que nos han precedido en el tránsito a la vida eterna ya lo saben, por eso debemos recordarlos con cariño en el convencimiento de que nos aguardan para el reencuentro definitivo en la morada del Padre. Recordemos hoy a tantas víctimas de la enfermedad que han fallecido, pidamos a Dios por ellos para que tengan vida eterna en comunión con toda la Iglesia. Confiemos en el Señor para el que nada es imposible. Ciudadanos del Cielo San Pablo nos dice en cuatro líneas cómo es el futuro que nos aguarda: cuerpos gloriosos a semejanza de Cristo Resucitado, llamados a la Vida Eterna, ciudadanos del Cielo. Los cristianos debemos vivir con la esperanza por bandera, sabiendo que por muy mal que lo podamos pasar, por muy negras que sean las circunstancias que nos estén tocando vivir, nos espera una vida de gloria, de gozo en el Señor porque Cristo venció a la muerte para que nosotros tengamos vida eterna. Moriremos al mundo y naceremos al cielo, esa es la maravillosa paradoja. Por eso, a pesar del dolor y la tristeza que nos produce la pérdida de un ser querido debemos tener los ojos puestos en la esperanza, en la promesa del mismo Jesús, de que hemos sido llamados a la Vida Eterna, a ser "ciudadanos del cielo". Yo soy la Resurrección y la Vida ¿Puede haber texto más hermoso, mas lleno de esperanza, que el que hoy nos presenta la Liturgia? Conmemoramos a los Fieles Difuntos y el Evangelio nos habla de VIDA. No, no es una contradicción, es la realidad que Cristo vino a traer a la tierra. Imaginar la escena por un momento: Jesús va a casa de su amigo Lázaro y se encuentra a una familia desconsolada que está recibiendo los pésames de sus vecinos y parientes. Marta, hermana del difunto, sale a recibir al Maestro con todo su dolor y convencida de que el fatal desenlace no hubiera ocurrido si el Amigo hubiera estado allí. Cristo la interpela y ella responde con una fe ciega en Él, en su Palabra que conocía bien. Lo que viene después ya lo conocéis: Lázaro saldrá del sepulcro... Allí donde está Cristo está la vida. Donde Jesús mora viven la esperanza y la alegría. Con Él se acabaron las tinieblas y se abrió paso la luz. Si de verdad creyéramos en La Palabra, si la hiciéramos nuestra, la separación de un ser querido sería motivo de gozo puesto que ya vive en presencia de Dios. Hoy es el día para celebrar a los que fueron fieles a Dios, a los que compartieron su paso por este mundo con todos nosotros. Es humano llorar su pérdida pero debemos hacer el esfuerzo de superar la tristeza y ver con los ojos del alma que con Cristo seremos resucitados. No digamos como Marta "Señor si hubieras estado aquí..." porque a Cristo lo tenemos todos los días con nosotros en el sagrario, en la Escritura y si lo tenemos con nosotros ¿por qué temer a la muerte? "Yo soy la resurrección y la vida?... ¿Crees esto?" "Sí, Señor: yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios". Pidamos juntos al Señor por la memoria de todos los fieles difuntos que ya gozan de la presencia del Padre para que intercedan por nosotros.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: