Hagamos un esfuerzo en prepararnos para la llegada de nuestro Señor, reconciliémonos con nosotros mismos y con los demás. Pidamos perdón. Como se nos indica en tantos pasajes del Evangelio, estemos preparados para la llegada de nuestro Señor, con las lámparas encendidas, seamos como las vírgenes prudentes, o los siervos que esperan a su amo, repasemos nuestro pasado y analicemos qué hemos hecho con los talentos que Dios nos ha dado a cada uno de nosotros.
Intentemos visualizar la noticia en nuestros días de la llegada de Jesús. Como caballeros templarios que somos, ¿Estamos preparados para presentarnos ante Él con la cabeza alta? Si no es así, estamos a tiempo de reconciliarnos pidiendo perdón, previo un verdadero examen de conciencia y acto de contrición, fijándonos objetivos y actuaciones claras para estas navidades.
Por aquellos mismos días, María se puso en camino y, a toda prisa, se dirigió a un pueblo de la región montañosa de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, al oír Isabel el saludo de María, el niño que llevaba en su vientre saltó de alegría. Isabel quedó llena del Espíritu Santo y exclamó con gritos alborozados: ¡Dios te ha bendecido más que a ninguna otra mujer y ha bendecido también al hijo que está en tu vientre! Pero ¿cómo se me concede que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque, apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. ¡Feliz tú, porque has creído que el Señor cumplirá las promesas que te ha hecho!
El pueblo de Israel sufrió a lo largo de la historia debido a continuas dominaciones. De ahí que los profetas predijeran la llegada de la paz, pero en forma de recién nacido.
El nacimiento de Jesús representa una nueva etapa, un nuevo mundo. Lo imposible en Isabel se hace posible. Lo improductivo y la esterilidad, dan paso a lo productivo y la fecundidad. Las distancias no son obstáculo para el encuentro, y la guerra da paso a la paz.
Señor Jesús, que abramos nuestro corazón y nuestras casas a tu llegada.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: