El primer día de la fiesta en que se comen los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el Cordero Pascual, sus discípulos le dijeron: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la Cena de la Pascua?" Entonces Jesús mandó a dos de sus discípulos y les dijo: "Vayan a la ciudad, y saldrá a su encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo hasta la casa en que entre y digan al dueño: El Maestro dice: ¿Dónde está mi pieza, en que podré comer la Pascua con mis discípulos? El les mostrará en el piso superior una pieza grande, amueblada y ya lista. Preparen todo para nosotros". Los discípulos se fueron, entraron en la ciudad, encontraron las cosas tal como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua. Al atardecer, llegó Jesús con los Doce. Durante la comida Jesús tomó pan, y después de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: "Tomen; esto es mi cuerpo". Tomó luego una copa, y después de dar gracias se la entregó; y todos bebieron de ella. Y les dijo: "Esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que será derramada por una muchedumbre. En verdad les digo que no volveré a probar el zumo de cepas hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios". Después de cantar los himnos, se dirigieron al monte de los Olivos.
Jesús envía a sus discípulos a preparar la Pascua. Todo se cumple como Él lo había indicado. Jesús se adelanta siempre a nuestro saber y entender. Sabe en todo momento lo que necesitamos. Allí celebrará la Pascua, compartiendo el pan y el vino tras la bendición y la acción de gracias. Es en este acto en el que Jesús sella su alianza con la humanidad.
Reflexiono sobre si creo realmente que Cristo está presente en el pan y el vino de la eucaristía. Si celebro cada día que está presente entre nosotros y es nuestro verdadero alimento. Creo que está en cuerpo presente o soy como Tomás, incrédulo y necesito ver y tocar para creer. Recordemos, dichosos los que creen sin haber visto.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: