Miré y vi que colocaban unos tronos. Un anciano se sentó. Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas; un río impetuoso de fuego brotaba y corría ante él. Miles y miles lo servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Seguí mirando. Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es un poder eterno, no cesará. Su reino no acabará. Salmo Sal 137,1-2a.2b-3.4-5.7c-8 R/. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque escuchaste las palabras de mi boca; delante de los ángeles tañeré para ti; me postraré hacia tu santuario. R. Daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera a tu fama. Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. R. Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, al escuchar el oráculo de tu boca; canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande. R.
Lectura del santo evangelio según san Juan 1,47-51
“Le dio el poder, el honor y el reino” Se juntan en este día de fiesta los santos arcángeles, Miguel, Gabriel y Rafael. Los tres vienen a ser como los personajes más relevantes del acto creador de Dios. Entre estos arcángeles, Miguel es el que evita que el nacido de la mujer sea devorado por el dragón, como dice el Apocalipsis. Gabriel es quien anuncia el acontecimiento supremo de la historia, la encarnación en María del mismo Dios. Y Rafael, como dice el libro de Tobías, quien guía al hijo de Tobit hacia la felicidad del matrimonio, y consigue para él la medicina, que le devuelve la vista. Un arcángel que acompaña en el caminar de la vida a un ser humano y se preocupa de dar luz a los ojos ciegos: un “ángel de la guarda”. Son los servidores de Dios por excelencia, en un servicio para bien de los seres humanos. La primera lectura indica que alguien como un hombre, recibirá el poder, el honor y el reino. Un poder eterno. Que la Iglesia en su liturgia, interpreta como el anuncio de la presencia de Jesús , “que será el hijo del Altísimo”, como anuncia el arcángel Gabriel a María.. De este modo la fiesta de estos arcángeles sirve para proclamar la grandeza singular, la excelencia máxima de Jesús de Nazaret. Y también la fe católica entenderá a María como “reina de los ángeles”. “Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre” El texto es la confinación de lo indicado antes, expresado por la misma boca de Jesús. Jesús promete a Natanael pasar de la fe a la visión. De la incertidumbre de la fe, a la certeza de la visión. Alcanzará la visión porque previamente tuvo fe. Una fe que se basa en un hecho, que diríamos banal, del conocimiento que Jesús tiene de Natanael, cuando está bajo un árbol. Cuando la mente y con ella el corazón están abiertos a reconocer la bondad, la verdad de alguien como Jesús, que se hace presente en su vida, se llegará a experimentar la relevancia de ese Jesús: los ángeles le sirven. En las dos lecturas, pues, lo que se afirma es la centralidad de Jesús. Su preeminencia. Preeminencia en su condición humana. Es decir, en un grado más bajo en su naturaleza que los ángeles: “poco inferior a los ángeles”, dice el salmo 8 que es el hombre. Pero que asciende a estar por encima de ellos, por su fidelidad al proyecto del Padre sobre cómo llevar a cabo su misión como hombre. Los ángeles son para nosotros los mensajeros que nos acercan a Jesús, que cuidan de nuestros pasos, para experimentar la presencia de Jesús en nuestra propio ser, en nuestra historia, en nuestra esperanza de realización suprema y feliz como seres humanos. Están puestos por Dios para servir a los seres humanos, a los que tienen la misma naturaleza del Hijo del hombre. Celebrar la fiesta de estos arcángeles es ocasión para preguntarnos si nosotros como seres humanos nos valoramos, y valoramos a los demás, por tener la misma naturaleza, pisar la misma tierra, vivir en la misma sociedad, que quien es honrado, exaltado por los mismos ángeles, como dice el texto evangélico.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: