Entonces Jesús, movido por el Espíritu, se retiró al desierto para ser tentado por el Diablo. Guardó un ayuno de cuarenta días con sus noches y al final sintió hambre. Se acercó el Tentador y le dijo: " Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan". Él contestó: "Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". Luego el Diablo se lo llevó a la Ciudad Santa, lo colocó en el alero del templo y le dijo: "Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, pues está escrito: Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti; te llevarán en sus palmas para que tu pie no tropiece en la piedra". Jesús respondió: "También está escrito: No pondrás a prueba al Señor, tu Dios". De nuevo se lo llevó el Diablo a una montaña altísima y le mostró todos los reinos del mundo en su esplendor, y le dijo: "Todo esto te lo daré si postrado me rindes homenaje". Entonces Jesús le replicó: "¡Aléjate, Satanás! Que está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, a él sólo darás culto". Al punto lo dejó el Diablo y unos ángeles vinieron a servirle.
Jesús, como cualquier humano, es tentado y se cuestiona, mediante la figura del diablo, distintos tipos de mesianismo, de poder, ambición, placer y seguridad, pero a su vez va renunciando a las tentaciones, permaneciendo fiel a las frases de los textos bíblicos.
Jesús se identifica con nosotros como humano y guiado por el Espíritu siente la necesidad de encontrarse. Se aleja al desierto personal, y en su interior siente las mismas tentaciones que nosotros. Encuentra dos mundos e intereses distintos y contrapuestos, el humano y el divino, pero actúa de forma firme. No se deja atrapar.
Padre, tu palabra es nuestra guía. Si hemos de conocerte para seguirte, debemos leer y escuchar tu palabra diariamente durante esta Cuaresma. Si queremos cambiar nuestros hábitos debemos practicar diariamente.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: