Día 16 Nuestra Sra del Carmen. Conmemoración de la batalla de las Navas de Tolosa.
Un antes y un después para la España católica.
Felicitamos y oramos esta semana por nuestros Hermanos Templarios de la Encomienda Templaria de La Santa Cruz de las Navas.
Al hilo del evangelio de esta semana, me ha parecido oportuno copiar estas palabras que he leído sobre el examen de conciencia y la confesión.
Los santos dicen que el primer paso del examen es dar gracias a Dios por todo el bien recibido, porque todo sale de Él y vuelve a Él. Pasar por la cabeza y el corazón cuáles son las cosas por las que quiero dar gracias a Dios, porque son presencia de Dios en mi vida y en la vida de los demás, las cosas que me ha tocado vivir, los aprendizajes, las personas, la vida. Ofrecérselo a Jesús dándole gracias por todo lo que me viene de Dios y por todo lo que ocurre en mi vida. No es otra cosa que el arte de desarrollar la capacidad de ser agradecido, de vivir agradecidos.
Lo segundo es tomar conciencia en mi interior que soy mezcla de trigo y cizaña. Que están juntas en mi corazón. Entonces será el examen el instrumento que me permita reconocer de veras una y otra. Y de la misma manera que le presentamos a Jesús nuestra acción de gracias, le presentamos la cizaña, es decir el pecado, lo que no se ajusta al Plan de Amor que Dios sueña y alienta para cada uno de nosotros, con sencillez, con paciencia, con dolor, con pena. Pero con una gran confianza en su infinita Ternura y Misericordia, y le pedimos: “Jesús, dame tu gracia para sacar esta cizaña de mi corazón por el poder de tu Espíritu”. Le pedimos que afiance el trigo para que crezca cada vez más. Pedir perdón y agradecer.
Por último, pedimos también la gracia del discernimiento permanente para estar atentos y que no nos pase que tomemos la cizaña por trigo o el trigo por cizaña. En algún momento, te das una vuelta por una iglesia o te le acercas a algún cura para decirle lo mismo que a Jesús y te confiesas. Celebras una linda Reconciliación con el Señor, que no se cansa de perdonar y que hace nuevas todas las cosas, también en nuestro corazón; también nuestro trigo y nuestra cizaña.
«El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: “Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?” Él les respondió: “Esto lo ha hecho algún enemigo”.
Los peones replicaron: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” “No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero”».
También les propuso otra parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas». Después les dijo esta otra parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa.»
Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: «Hablaré en parábolas anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo».
Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo». Él les respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles.
Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre.
¡El que tenga oídos, que oiga!»
Las enseñanzas del Maestro siguen siendo en parábolas muy relacionadas con la agricultura. En este caso tres narraciones. En la de la cizaña nos habla del bien y el mal, las dos semillas que cada uno de nosotros llevamos dentro y que están presentes en nuestra sociedad. Una puede desarrollarse y hacer feliz al hombre y a la humanidad infinitamente, y la otra puede destruirlo y acabar con ella.
La justicia de Dios y la justicia humana no tienen nada que ver. En muchas ocasiones mi justicia puede ser venganza. Jesús me propone otra alternativa para que la semilla del bien crezca en mi vida
Señor, tenemos una mente cerrada sembrada de rencor, mentira, egoísmo y venganza, más propia de la cizaña que de la semilla buena.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: