Reunidos en el nombre del Señor
¿Os suena esto? ¿Os recuerda a algo? ¿No os veis reflejados
de alguna manera?
Por naturaleza tendemos al individualismo, a diferenciarnos
de los otros, a tener nuestra propia parcela y a olvidarnos de
que debemos ser una comunidad en todos los sentidos. Y
como vemos estas circunstancias no son propias del mundo
actual. San Pablo se lamenta de que la Iglesia de Corinto
adolece de falta de unidad, de que el egoísmo habita en los
corazones de los fieles y les exhorta a que recapaciten y sean
un solo cuerpo eclesial, sobre todo a la hora de celebrar la
Eucaristía, momento clave de la vida del cristiano.
Dentro de la Iglesia hay multitud de carismas, movimientos,
congregaciones, caminos... pero no debemos olvidar nunca
que todos pertenecemos a un mismo cuerpo cuya cabeza es
Cristo y que nada ni nadie puede separarnos.
No podemos
pensar en “yo” o “nosotros”, debemos pensar en clave
universal, que al fin y al cabo es lo que significa ser católico. Y
dentro de esa universalidad siempre debemos estar en clave
de unidad con el Señor y con los hermanos. La separación
lleva a la discordia, la discordia al egoísmo y el egoísmo al
pecado. Y el pecado nos aleja de Dios. Por eso es tan
importante que permanezcamos unidos a los hermanos, que
seamos familia de verdad, que vivamos la fe en COMUNIÓN, y
que apartemos nuestros propios intereses y gustos en favor de
los demás y de la unidad de la Iglesia.
Humildad, limpieza de corazón, Fe
Para mi este pasaje del Evangelio es uno de los más
enternecedores por varios motivos: la fe del Centurión, que
además es un hombre bueno (“nos ha construido la
sinagoga”), la misericordia de Jesús (“Jesús se admiró de él”),
la curación que proviene de Cristo (“los enviados encontraron
al siervo sano”) Es admirable todo lo que se nos narra.
Pongámonos en situación: un hombre ajeno al pueblo de
Israel oye hablar de Jesús. Tiene un siervo enfermo y acude al
Maestro en busca de solución. Es un centurión, un
representante del poder, pero su carácter humilde le impide
presentarse en persona y envía a unos amigos. Su pureza de
corazón hará que Cristo se conmueva y exclame “Os digo que
ni en Israel he encontrado tanta fe”, porque la fe de ese
hombre salta a la vista de todos. No importa que sea
extranjero, que sea pagano, que venga de otras tierras. Lo
único que importa es su actitud ante Cristo, del que ha oído
hablar y en quien cree desde el fondo de su corazón.
Cuánto tenemos que aprender del centurión... Si fuéramos
como él nuestra vida sería mucho más sencilla, más llena de
amor, más plena, más en comunión con Jesús y la Iglesia, y
en el fondo seríamos más felices, más llenos de vida, y eso se
notaría a nuestro alrededor: seríamos esa “sal de la tierra”
capaz de transformar el mundo. Estoy seguro que ese día en
el que la vida del centurión se cruzó con Cristo muchos de los
que fueron testigos creyeron y se convirtieron, y no tanto por
el prodigio de la curación como por la actitud de aquel
hombre y la respuesta que obtuvo de Jesús.
Seamos
humildes en nuestro trato con Dios, confiemos plenamente en
Él, dejemos de lado nuestras circunstancias, nuestros deseos
mundanos, nuestros recelos y prejuicios: El Señor sabrá
recompensarnos con su infinita misericordia.
Estos Evangelios y reflexión han sido extraídos de “Dominicos”, hecho público en
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/11-7-2022/ Dominicos
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: