Barred la levadura vieja para ser masa nueva
Es una reconvención más de S. Pablo a los cristianos de
Corinto. Son los peligros de una ciudad populosa, rica y,
seguramente, un tanto libertina. Es grave el escándalo que
Pablo denuncia, pero no parece afectar a la comunidad que
sigue con su vida alegre y confiada.
Últimamente se está haciendo frecuente entre nosotros, los
cristianos de hoy, hacer la vista gorda ante las inmoralidades
que se desarrollan a nuestro alrededor. Nos fijamos mucho y
condenamos, a veces con demasiada dureza, la sexualización
de alguna parte de nuestra sociedad y costumbres, pero no
queremos ver y volvemos la cara ante situaciones realmente
graves que suceden a nuestro alrededor.
Recibimos en el templo con muestras de alegría a ese
personaje que sabemos presta dinero a usura y no vacila en
hacerse con la propiedad del prestatario; que es capaz de
dejar en la calle a una familia a veces provocando el impago
de la deuda, y sabemos que explota a sus empleados. A éste
le sonreímos, le invitamos a presidir cofradías y eventos, sin
tener en cuenta la oposición de su conducta con los
mandatos de Dios. Pero torcemos la cara si una pobre mujer
divorciada rehace su vida junto a otro hombre y le prohibimos
acceder a la Comunión, sin pensar que, posiblemente, el
primer matrimonio, aunque fuera celebrado en la iglesia, era
inválido por vicios de forma, por engaño doloso del cónyuge, o
por falta de libertad de uno o los dos contrayentes.
Pablo condena una situación notoriamente escandalosa, igual
que va a condenar que unos se atiborren celebrando la Cena
del Señor mientras otros pasan hambre a su lado, pero es
posible que nosotros nos unamos sin dudar a la condena
paulina de esta anormal pareja, pero nos hagamos el
despistado ante situaciones sangrantes de abusos que se dan
junto a nosotros. Nos falta barrer lo viejo, la levadura vieja,
que hace un pan defectuoso, para empezar a vivir la nueva
vida que Cristo nos ha traído, predicado y enseñando.
¿Qué está permitido en sábado?
Jesús sigue peguntando cosas difíciles, y nuestras respuestas
pueden ser muy variadas. ¿Qué podemos hacer en el día
santo? Es obvio que podemos hacer el bien o el mal, ¿pero,
por cuál nos decantamos?
Es posible que, por una interpretación literal y rigorista de la
ley, pensando que el bien es el seguimiento estricto, hagamos
realmente un mal. El Maestro sigue enfrentándose a unas
castas religiosas, en las que la caridad, el amor, está ausente,
y elijen la escusa de un cumplimiento riguroso de la ley para
olvidar que el hombre es hijo de Dios y que sus derechos
están sobre el sábado. Recordemos que Jesús ha sido
contundente: “El sábado se hizo para el hombre, no el
hombre para el sábado” y vivamos en consecuencia con ello.
Es posible que estemos mirando atentamente lo malos que
son escribas y fariseos sin tener en cuenta que lo somos
nosotros en no pocas ocasiones. La idea de estos personajes
es mantener el poder de la Ley sobre el hombre aplicando la
máxima fidelidad en la interpretación literal de los mandatos,
sean de origen divino o hayan sido añadidos después, aunque
para dar un barniz de autoridad a normas puramente
higiénicas, coyunturales, le echemos las culpas a Dios de su
autoría, y les concedamos la misma importancia que a los
mandamientos mosaicos. Exigimos respetar el sábado, pero
nos olvidamos de amar a Dios y al prójimo en primer lugar, y
después seguir con el resto de los preceptos, pero siempre
supeditados a los dos primeros y principales.
Respetemos el sábado, para nosotros el domingo, siempre en
servicio de las necesidades humanas. Hagamos el bien sea el
día que sea.
Estos Evangelios y reflexión han sido extraídos de “Dominicos”, hecho público en
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/11-7-2022/ Dominicos
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: