He querido erigirte una casa para morada tuya, un lugar donde habites para siempre Salomón, tras ser ungido como sucesor de su padre David en el trono de Israel, se propone construir un Templo al Nombre del Señor, para lo cual pone en marcha a gran número de sus súbditos y, realizando acuerdos con sus vecinos, establece una paz duradera que permite la construcción del Templo de Dios. No escatimó materiales ni esfuerzos para que el Templo se convirtiera en una autentica maravilla. Una vez finalizado Salomón convocó a los ancianos de Israel, a los jefes de las tribus y a los cabezas de todas las familias de los israelitas, para trasladar el Arca de la Alianza desde Sión al nuevo Templo. Los sacerdotes y levitas cargaron con la Tienda del Encuentro, el Arca y todos los utensilios sagrados trasladándolos y depositándolos en el Santuario del Templo. El Arca únicamente portaba las tablas de piedra que Moisés colocó allí en el monte Horeb, signo de la Alianza que pactó el Señor con los Israelitas al salir de Egipto. Cuando los sacerdotes salieron del Santuario, la nube y la “Gloria del Señor” había ocupado la totalidad del Templo. Salomón entonces dijo: El Señor que puso el sol en los cielos prefiere habitar en una densa nube. Aquí te he construido una casa para morada tuya, donde habites para siempre. Así Salomón pudo cumplir el deseo de su padre David, construir un lugar adecuado donde el Señor pueda habitar y todo el pueblo de Israel venerar el Nombre del Señor, tal como reza el salmo 133 “¡Levántate, Señor, ven a tu mansión! Por amor a tu siervo David, no niegues audiencia a tu ungido”. Colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar, al menos, la orla de su manto El capítulo 6 del evangelio de Marcos nos refiere, entre otros acontecimientos, la primera multiplicación de los panes y los peces, una vez finalizada pidió, Jesús, a sus discípulos se dirigieran con la barca a la otra orilla del mar de Galilea, hacia Betsaida; mientras Él despedía a la gente y, después de hacerlo, se retiró al monte a orar. Los discípulos bregaban en la barca, pues el viento era contrario, y se hallaban fatigados por el esfuerzo; Jesús fue hacia ellos andando sobre el agua, los discípulos al verlo pensaron que era un fantasma y, asustados, gritaban, Jesús les dijo: “ánimo soy yo”, entró en la barca y amainó el viento. Cuando llegaron a Genesaret desembarcaron y la gente los reconoció, recorrieron toda la comarca y por las ciudades y aldeas que pasaban, sacaban los enfermos a las plazas y, era tal la fe que tenían, que le pedían simplemente poder tocar la orla de su manto, y los que la tocaban, se curaban. A Jesús le precedía su fama por los prodigios y curaciones que realizaba y era tan grande la confianza de la gente que, simplemente, con un pequeño gesto, lo consideraban suficiente para que el prodigio se realizara. Esa confianza es la que debemos tener siempre en nuestra relación con Dios, Él, cuando lo considere adecuado, nos concederá aquello que le pedimos, o nos iluminará para hallar un camino donde solucionar el problema. Siempre debemos depositar nuestra confianza en el Señor, Él no nos deja de su mano y, siempre, estará a nuestro lado aunque nosotros no seamos conscientes de ello. ¿Pensamos que Dios debe habitar en una mansión lujosa como el Templo de Salomón, o más bien habita en el pobre y abandonado de todos? ¿Es Jesús en quien depositamos nuestra confianza o nos dejamos llevar por aquello con lo que nos engaña el mundo de hoy?
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: