Me desposaré contigo para siempre
Este hermoso canto de amor que Oseas, prestando su voz a
Dios y en nombre de Dios, dedica a Israel, pone en escena
todo lo bello que Dios quiere para su pueblo. Es un canto
cuya esencia podemos encontrar en varios lugares. Pensemos
en el Cantar de los Cantares del A. T.; pensemos también en
los bellísimos versos que San Juan de la Cruz y Santa Teresa
dedican al Amado, y tantos otros poetas y místicos, pintores y
escultores, arquitectos, músicos y artistas en general, que a lo
largo de la historia de la humanidad, desde antes de Altamira
hasta hoy mismo, cantan la belleza y, a veces sin pretenderlo
ni quererlo, ponen el amor de Dios ante nuestros ojos,
nuestros oídos, nuestro tacto, nuestra voz.
El amor infinito de Dios no tiene medida, se entrega hasta su
propia infinitud. Es Dios el que se da a si mismo completo,
sin reservas de ningún tipo. Sin tiempo de caducidad. No
tenemos que ir muy lejos para encontrarlo. Nos bastará con
girar la vista a cualquier lado para encontrar un rasgo, un
verso suelto, de la belleza y el amor que Dios nos regala.
Abramos los ojos y busquemos al esposo que nos regala todo
lo bueno y bello que en él está presente y nos lo da
gratuitamente.
Vayamos al salmo y bendigamos al Señor todos los días, todos
los minutos de nuestra vida, porque es incalculable su
grandeza.
Animo, hija; tu fe te ha salvado
Las gentes están ávidas de la fuerza que emana de Jesús. El
Jefe de los judíos se arrodilla ante él porque la necesidad le
aprieta y tiene algo que pedir: La vida de su hija peligra y
sabe que Jesús podrá salvarla. Este hombre tiene fe; tal vez
una fe utilitaria, pero cree en Jesús y Jesús ve su fe y se
apresta a llevar su ayuda allí donde se la piden. No podría ser
de otra forma: Jesús revive a la niña entre las burlas de los
asistentes al velatorio.
Imagino que la noticia causó estupor entre los presentes y
entre los que se fueron enterando de la noticia después.
Jesús se va haciendo notar y su fama irá creciendo. Una fama
que él no busca, pero que tampoco rechaza si resulta
favorable para el cumplimiento de su misión. La Buena
Noticia, el Evangelio, se va derramando por donde Jesús y
sus discípulos pasan, logrando adeptos y despertando
envidias y rencores entre sus enemigos.
Intercalado en el viaje aparece el episodio de la hemorroisa.
Es una mujer que se arriesga a ser descubierta y tal vez
castigada porque su enfermedad, su impureza contaminaría
todo lo que ella tocara o la tocara. De hecho, Jesús quedó
contaminado, impuro por haber sido tocado por la mujer. No
parece que le importara demasiado: sabe que le ha tocado
alguien que necesitaba ayuda y se la presta sin dudar. Al
igual que tocará a los leprosos y evitará entrar en las
ciudades pues es consciente de su impureza legal aunque los
evangelistas lo presenten como un rasgo de humildad.
Otro pequeño rasgo que no debemos perder de vista es la
importancia de las manos. Las manos sirven para hacer
daño, pero en Jesús las manos sirven para tocar, para
transmitir salud y vida. Toca los ojos del ciego para que
recupere su vista, da la mano al paralítico para que se
levante. Toma de la mano a la niña muerta para volverla a la
vida y tantas otras acciones, milagros, a lo largo de su vida.
Miremos con atención nuestras manos: ¿Han servido para
bendecir o para hacer daño? ¿Las hemos usado para ayudar
o nos han servido para abofetear al prójimo? Hagamos que
nuestras manos sean las manos con las que Dios quiere
terminar su obra creadora. Esa es nuestra misión: amar con
el corazón y bendecir ayudando con nuestras manos.
Estos Evangelios y reflexión han sido extraídos de “Dominicos”, hecho público en www.dominicos.org
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: