Preguntaban a una mujer superviviente de un campo de exterminio nazi, como había sido
capaz de aguantar tantos años de horror, contemplando la muerte de tantos seres
queridos y un día a día tan aterrador…y ella contestó: viviendo cada día con Esperanza.
Es verdad queridos amigos, podemos vivir enfermos, en la estrechez, solos…pero si no
tenemos esperanza nos detendremos en el camino y de manera irremisible nos
hundiremos. Sin una esperanza que de sentido a nuestra vida claudicaremos con
facilidad, la vida se nos impondrá y nos vencerá.
¿Y de dónde sacamos motivos para nuestra Esperanza cristiana? San Pablo nos lo dice:
de la Escritura, de la Palabra de Dios: “todo lo que se escribió en el pasado, se escribió…a
fin de que mantengamos la Esperanza” Si, la Esperanza no esta en el progreso humano ni
científico, es cierto que contribuyen a un mundo mejor y más humano, pero nuestra
Esperanza es más profunda que todo eso, se fundamenta en le Reino de Dios que Cristo
viene a anunciar. La Esperanza nos viene de Dios y no del mundo.
Dios nos ha creado para ser felices, y la felicidad definitiva será encontrarnos
con El en el Cielo donde “nadie causará daño ni estrago” como nos dice el
profeta Isaías, pero mientras tanto nos toca a nosotros llenar este mundo de
Esperanza y vivir en ella.
Y aunque no forme parte de las lecturas de este Domingo, no quisiera olvidar
que esta semana celebramos el día 8 la Inmaculada Concepción de María. Ella
es el espejo más claro en el que debe mirarse nuestra Esperanza: escuchó la
Palabra de Dios que el ángel la dirigía, se fio, e hizo de toda su vida una
entrega esperanzada en manos de Dios, porque sabia que su voluntad se
cumple siempre, aunque a veces esa voluntad tenga que pasar por contemplar
la misma muerte de su Hijo en la Cruz.
Alegraos hermanos templarios porque el Señor también esta con nosotros
llamándonos a la Esperanza. Alegraos porque lo que el Señor nos ha
prometido se cumplirá. Y alegraos porque el Señor cuenta con cada uno de
nosotros para salir a los caminos de la vida y dar la batalla contra la
desesperanza y la depresión llenado el mundo de la alegre noticia de que Él ya
está a la puerta y llama.
NNDNN
+Fr. Juan Antonio Sanesteban Díaz. Pbro.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: