En las anteriores semanas anunciábamos la necesidad de morir y volver a nacer. Pues bien, esta semana el evangelio nos habla del bautismo de Jesús, del nuevo nacimiento.
En las aguas del bautizo hay que entrar desnudo, abandonando la ropa vieja, las viejas ideas heredadas o adquiridas, los conceptos caducos, los conformismos, las cargas mentales de la vida en sociedad, los prejuicios y supersticiones fruto de la ignorancia y de creencias infantiles. Hay que hacerse una limpieza interna. Debemos dejar entrar al espíritu purificador cada mañana con plena disposición mental. Es importante liberarse del pasado, morir al pasado y desprenderse de la carga de errores y culpas y afrontar el porvenir con entusiasmo.
Muchos somos fruto de creencias heredadas, de dependencias psíquicas, de temores, complejos etc…
El verdadero discípulo de Cristo es un hombre espiritual, libre, que toma conciencia de la vida del espíritu en él. Todos tenemos una misión en la vida, que constituye el verdadero sentido de nuestra existencia. Debemos encontrarla, y de ello depende nuestro éxito o fracaso en la vida.
Juan bautizaba con agua pero ésta no es su misión primordial, sino que era dar testimonio de la llegada de Cristo. Es muy probable que lo que acapara nuestro esfuerzo, energías e ilusiones no sea nuestra verdadera misión en la vida y ésta espera que la descubramos. Para ello es preciso despojarse de todo nuestro pasado, llegar a nuestro yo más íntimo, buscar en él, orar, y pedir al Espíritu Santo que nos ayude e ilumine, para una vez encontremos nuestra verdadera misión, volver a nacer.
En aquel tiempo el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías. Juan les respondió dirigiéndose a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo; Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco.
Juan bautiza con agua y reconoce que su bautismo es inferior al que viene detrás de él. La diferencia está en el Espíritu Santo.
Por el bautismo cada uno de nosotros nos sumergimos en las aguas, morimos al pecado, al pasado, al yo artificial y nacemos como hijos de Cristo.
Padre en el bautismo de tu Hijo te revelaste como un padre amante y lleno de ternura.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: