El Año litúrgico que hoy comenzamos se abre con las miradas puestas en el
último día. Podríamos decir que “al principio era el fin”. Este (hoy) es el primero y
último día. Esta Misa es la última, vívela porque no la celebrarás otra vez, la ocasión de
hacer el bien que has desperdiciado hoy, ya no volverá a presentarse, es la última, la
palabra de Dios que hoy escuchas, no por sabida deja de ser irrepetible. En la vida no
hay otra función más tarde para corregir los fallos de la primera, toda acción es
definitiva, tpoda ocasión única, todo gesto imposible de reproducir. Este día, este
instante no volverá a presentarse, es el último momento.
Pero paradójicamente hay que vivir en la Esperanza. El tiempo de Adviento nos
abre a ella: El Señor vendrá y con El llegará el Cielo Nuevo y la Tierra Nueva. En un
mundo sumido en el dolor de la humanidad, guerras, desastres naturales…La Palabra en
la primera lectura nos hace una hermosa promesa. “Dios juzgara entre las naciones, será
árbitro de pueblos numerosos, de las espadas forjaran arados, de las lanzas podaderas”
Si la Esperanza tan propia de este tiempo nos la da Dios, el actúa en la Historia del
Hombre hasta hacerse uno de nosotros, a mi me gusta decir que “en la Persona de su
Hijo, Dios se calza las botas y se mete en nuestro barro”
A nosotros nos corresponde situarnos. San Pablo nos invita a comportarnos
reconociendo el tiempo en que vivimos, a no estar en la luna, sino en este mundo que
nos ha tocado vivir. Por eso se nos recordará durante todo este tiempo que estemos en
vela, preparados, que despertemos de nuestro sueño, que aprovechemos la ocasión que
Dios nos da. No podemos vivir como los contemporáneos de Noé ajenos al Diluvio que
viene, porque eso solo lleva a la muerte segura, no se les acusa de comer y beber, sino
de no estar pendientes, distraídos, en Babia, inconscientes, atolondrados, incapaces de
darse cuenta de que algo extraordinario iba a pasar.
Así puede pasar también en tu vida y en la mía. No hacemos daño a nadie, no
robamos, no matamos, todo normal y en regla. Comemos, bebemos, vemos la tv,
atendemos a nuestros asuntos, programamos negocios, pensamos donde iremos de
vacaciones, pero…estamos distraídos de lo esencial. Tenemos que descubrir el carácter
sobrenatural que se esconde debajo de las cosas ordinarias y habituales, que tal ves por
eso despreciamos. El cristiano tiene que descubrir que la mano salvífica de Dios, está
detrás de todos los acontecimientos de nuestra vida. Y por eso vivir la Esperanza es una
hermosa tarea.
Hay que despertarse. Hay que pasar de la noche al día. No se trata de levantarse
pronto, sino de levantarse con los ojos abiertos. No basta con vestirse, hay que
revestirse de Cristo simbolizado en nuestro Manto Templario, y adoptar sus mismas
actitudes, pensamientos, sentimientos y proyectos.
Comienza tu camino personal de Adviento y pregúntate esta semana ¿Cómo me
preparo para esta venida? ¿soy sincero para reconocer que el mal también anida en mi
corazón? ¿Le pides al Señor que venga a tu vida? ¿Te llena de alegría que Él quiere
venir a ti a la Iglesia y al mundo y quedarse?
Y una propuesta: intenta esta semana desterrar de tu vida la palabra “guerra” y
“enemigo” y sustitúyelas por “paz” y hermano”.
Yo también comienzo contigo este camino. Que el Señor nos Bendiga y María
Virgen de la Esperanza nos muestre el camino.
+Fr. Juan Antonio Sanesteban Díaz. Pbro.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: