En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo
bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y
exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra
sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que
todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo
soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en
diversos países, hambres y pestes.
Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las
sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por
causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa,
porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir
ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán
a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre.
Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis
vuestras almas».
Cuantas veces, a lo largo de tu día, repetirás lleno de fe, “non nobis
Domine, non nobis…” A El solo queremos dar gloria, a El solo culto, El es el
centro de nuestra vida y de nuestra misión como Templarios. Por ello, y frente a
las contrariedades de la vida, queremos ser fieles y perseverantes en la misión
recibida. No nos desanimamos, porque como dice San Pablo “sabemos bien
de quien nos hemos fiado”. A los que así se mantengan hasta el final, les
aguarda la corona de gloria, “a vosotros os iluminara un sol de justicia”.
Pero al igual que a la Resurrección se llega a través de la Cruz, a la
Gloria prometida se llega a través del sufrimiento. No hay cristianismo sin cruz.
No hay templario sin batalla. Ese preanuncio de cataclismos, guerras,
destrucción, revoluciones…que hace el Evangelio, no es mas que una
advertencia de que la plenitud del Reino se llega solo a través de la batalla y la
lucha diaria y constante. No es un camino fácil, pero Dios esta con nosotros y
con el signo de la Cruz Sacrosanta venceremos. La fe y la confianza en Dios
nos hace exclamar cuando la vida se nos pone cuesta arriba y quizá no
entendamos nada: “Deus Vult”, cúmplase siempre la voluntad de Dios.
Y para ello, no cabe duda, el cristiano debe ser persona de trabajo serio,
bien realizado, por amor a Dios y a los demás. En estos tiempos en que tener
un trabajo digno es una bendición de Dios, tenemos, no solo que dar gracias a
Dios por él, sino también contribuir a mejorar la creación y nuestro mundo,
colaborando con Dios en la obra de la Creación. Por eso no es indiferente para
nosotros la manera de realizar nuestro trabajo. San Pablo es taxativo: “el que
no trabaja que no coma” (evidentemente se refiere al que tiene una misión
encomendada, no al que esta en el paro a su pesar) y reprocha a los que están
“muy ocupados en no hacer nada”
Con el trabajo nos realizamos como personas. San Jua Pablo II nos
recuerda en su Encíclica Laborem Exercens (9.3) que “el trabajo es un bien del
hombre y de la mujer, porque mediante el no solo transforman la naturaleza,
sino que, además, se realizan a si mismo como individuos”. Por eso siguiendo
a los grandes maestros de la espiritualidad, tenemos que combinar trabajo y
oración: “ora et labora”, haciendo carne la petición del Padrenuestro: “Venga a
nosotros tu Reino” y sin olvidar las enseñanzas del maestro: “Trabajad no por
el alimento que perece, sino por el que perdura para la vida eterna”
Pidamos al Señor durante esta semana por todos los hermanos nuestros
que carecen de un trabajo digno, demos gracias a Dios por el nuestro, que es
medio de nuestra santificación, y renovemos nuestras promesas de fidelidad a
nuestro compromiso Templario en medio de los vendavales y problemas que la
vida nos pondrá delante.
NNDNN
+Fr. Juan Antonio Sanesteban Díaz. Pbro
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: