En aquella Iglesia naciente de los primeros años del
Cristianismo la confusión entre los fieles debía ser grande. No
olvidemos que el mensaje de Jesús cambió por completo la
concepción del mundo y de la sociedad de su época. Y frente
a las costumbres del momento, a los “valores” que imperaban
el Evangelio fue una auténtica revolución. Donde había
rencores se ponía el perdón, donde las malas lenguas la
misericordia, donde las murmuraciones el amor a Dios y así
el dinero, lo material, dejará de estar en primer plano. San
Pablo es muy claro (como siempre) en sus palabras a los
hermanos y les hace ver que para ser santos debemos
abandonar las viejas costumbres y seguir los pasos de Cristo,
que lo dio todo por amor al Padre y a los hombres.
Pero lo más curioso de esta lectura es comprobar como hoy,
más de veinte siglos después, las palabras de San Pablo nos
las podemos aplicar con total actualidad: basta con encender
un momento la televisión, o darnos una vuelta por las redes
sociales, para ver que aquellos males de los que el Apóstol
intenta apartar a los hermanos son los mismos que nos
bombardean a diario: las malas intenciones, la maledicencia,
la idolatría por el dinero y la “fama”, la inmoralidad... son las
piedras con las que tropezamos una y otra vez. Y la solución
la tenemos en Cristo, en su ejemplo de santidad y amor por
los demás. Solo por ese camino seremos santos a los ojos de
Dios y llegaremos a la Luz. El mundo es tentador pero la
oración es más fuerte.
Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta tus nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a él y conocer su voluntad. No es momento de preguntas sino de permanecer en calma ante Dios, de sentir ser mirados, y quedar abrazados a la Palabra que nos salva.
La Luz del Espíritu y la fortaleza de la Palabra nos enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.
1- Posición y relajación del cuerpo, en pie, sentados o arrodillados cada uno asumiendo la postura que favorezca más su concentración. Lo importante, independientemente de la posición que se adopte, es colocarnos con la actitud de un ser ante su Creador y Padre, rodeados y acogidos por su fortaleza y ternura y transportados al tiempo eterno.
2- Cerrar los ojos. Calmar toda emoción. Silenciar toda actividad mental discursiva e imaginativa. Alcanzar el máximo de intensidad para, como sugiere el Papa Francisco sentir que “La oración no es magia, sino un confiarse en el abrazo del Padre. Tú debes orar a quien te engendró, al que te dio la vida a ti concretamente”.
3- Desde esa actitud, sintiendo como dice Francisco que “tenemos un Padre cercanísimo que nos abraza”, recitamos el Padrenuestro de forma sentida:
Versión en Latín:
4- A continuación, siguiendo la indicación de nuestro padre San Bernardo que dice que “ésta es la voluntad de Dios: quiere que todo lo tengamos por María”, rezaremos el Ave María.
5- Continuamos centrando la atención dentro de nosotros mismos, en el corazón, tratando de sentir la presencia del Espíritu de Dios en él. Y así, siguiendo el ritmo de la respiración, según el método de Oración Hesicasta decimos interiormente: